Adrede, por azar o error de cálculo, el pasado 18 de julio se inauguró en el Museo del Romanticismo de Madrid una atractiva exposición dedicada a La Gloriosa, la revolución que, en apenas veinte días, acabó con el reinado de Isabel II, importó un monarca de la Casa de Saboya e inició, a contracorriente y sin fortuna, la aventura federal en España y de la que se cumple en septiembre el CL aniversario.

En los círculos políticos y culturales se habló tanto de los propósitos y contenidos de la muestra como de la fecha de apertura -aniversario del golpe franquista- recalentada por los asuntos punteros del verano, entre los que se citan la anunciada exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos, los rumores, declaraciones y desmentidos sobre los orígenes y cuantía de la fortuna del rey emérito y las primeras y rudas broncas públicas entre los secesionistas catalanes.

La muestra arranca el 18 de septiembre de 1868, con la sublevación del marino Juan Bautista Topete y la tripulación de la fragata "Zaragoza", atracada en el puerto de Cádiz. Naturalmente, el almirante y los generales Prim y Serrano tienen notable protagonismo plástico y literario.

Desde ahí, con fondos exclusivos de la institución, pinturas, esculturas, grabados, litografías, pasquines carteles, documentos personales y periódicos de la época dan forma a un convulso retrato social donde se visualiza el patético desgobierno, el descrédito personal de la reina y sus inútiles validos, la profunda división de la clase política y el insoportable hartazgo del pueblo llano que, iniciado y exaltado con las felonías de Fernando VII, alcanzó el culmen con su hija, tan torpe y venal como el progenitor.

La selección de prensa satírica -especialmente cuidadosa en las formas y trato de la desprestigiada familia real, protagonista de chanzas y coplas- protagoniza un relato paralelo que avanza y sintetiza el Sexenio Revolucionario, con sus brillantes y fugaces luces -la Constitución del 1 de julio de 1869, la primera ciertamente democrática de España- y sus sombras pertinaces, los fracasos sucesivos por la insistencia en la vía monárquica y las airadas reivindicaciones territoriales, cuya virulencia frustró todas las posibilidades del federalismo.