Se cumplen en este 2018 setenta años de la remozada romería de San Benito Abad. Remozada, o renovada, o ampliada, pues entonces era históricamente una romería con varios siglos de antigüedad, solo que limitada al ámbito del barrio que lleva su nombre. Su inicio nos lleva a la primera mitad del XVI, cuando aún no había transcurrido medio siglo de la fundación de nuestra ciudad.

Hasta 1948, se caracterizaba por ser una fiesta sencilla y humilde, pero con una peculiaridad que la hacía única, diferente a todas las demás: los ganaderos de la extensa vega de Aguere, y aún de otros lugares más alejados, llevaban el ganado el día principal de la fiesta en manifestación espontánea de religiosidad popular en torno al que veneraban como su patrono, para impetrar su protección, recibir la bendición de la Iglesia y acompañar su imagen en procesión por las calles de la Villa de Arriba.

Lo ha subrayado ya este cronista en otras ocasiones. Fue en 1948 cuando la primitiva romería se ensanchó. Fue como si se hubieran abierto de pronto unas compuertas para que irrumpiera con ímpetu impensable el río de la romería sambenitera, sin solución de continuidad con la de raíz varias veces centenaria.

Ocurrió, repito, en 1948 y no en 1947. Es una cuestión sin aparente trascendencia, pues un año más o un año menos suele carecer de importancia en cuestiones de esta o parecida laya. Pero quienes tenemos el deber de ser respetuosos con la verdad y fieles con la historia estamos obligados a defenderlas y reconocerlas tal como sucedieron; fiados en este presente caso, no ya en el testimonio personal de quien fue uno de los miembros, el más joven de todos, del grupo de vecinos que le dimos a la fiesta aquel año 1948 un nuevo giro decisivo, sino porque los documentos y textos escritos y publicados en cantidad más que suficiente así lo avalan.

Es cierto que los preparativos de la romería comenzaron en 1947. Organizarla desde cero, más aún si se quería que tuviese la magnitud que se pretendía, no era cosa de hoy para mañana. Hubo que tocar muchas teclas a lo largo de meses para conciliar pareceres, limar reticencias, entusiasmar a mucho escéptico, a más de un remiso y a más de un detractor, comprometer la participación de grupos y conjuntos de baile, dueños de carretas, yuntas y rebaños, y muchos otros problemas, y, por si fuera poco, contrarrestar los ataques de algunos personajes de cierto ringorrango local opuestos frontalmente a la iniciativa.

En 1947, la Iglesia de Roma había abierto el año jubilar conmemorativo del XIV centenario de la muerte del santo fundador de la orden benedictina. La noticia de esa efeméride, conocida a través de la prensa, dio pie a que se intentara darle ese año a la fiesta de San Benito el mayor realce posible. Pero San Cristóbal de La Laguna estaba volcada entonces en los preparativos de la consagración episcopal (según la terminología de entonces) del octavo obispo nivariense don Domingo Pérez Cáceres, de memoria imperecedera, fijada para el 21 de septiembre en la catedral de Los Remedios, lo que aconsejó retrasar la solemnidad especial de San Benito y hacerla coincidir en lo posible con la clausura del jubileo, a mediados de 1948. Así fue. Entre tanto se formó la comisión organizadora y, mientras se concretaba lo que mejor convenía llevar a efecto, se realizaron obras diversas en la ermita y alrededores, que no vamos a enumerar aquí; solo dejar constancia de que en ellas se implicaron de manera especial don Andrés Rosa y don Antonio Hernández Arrón.

Conviene puntualizar también que ese año cuarenta y siete se introdujo en la procesión una novedad: se le incorporó un carro de mediano tamaño, engalanado con frutos y flores de la tierra, en el que iban niños y niñas ataviados con trajes típicos de la comarca. Fue un globo sonda. Se hizo, dada la disparidad de criterios existente, para conocer el grado de aceptación que la romería en proyecto tendría entre el vecindario. Para muchos fue una agradable sorpresa. Por lo demás, la fiesta de ese 1947 se ajustó a su perfil tradicional: procesión de la imagen de santo en sus andas de palo pintadas de purpurina plateada, a hombros de los fieles y precedida del clero parroquial de la Concepción y la danza de cintas de San Diego; pausa ante los ya desaparecidos trazos de mieses y papas de detrás de la ermita, para la bendición de las tierras y el ganado; sencillas alfombras de hojas de árboles, cineraria, retama amarilla y cardos azules en los primeros tramos del recorrido por Lucas Vega (entonces de tierra), callejón de Montaraz, calle Maya hasta Carretas y de ésta a Adelantado, para doblar por la trasera de la Concepción y regresar a la ermita por Marqués de Celada, acompañada por centenares de reses relucientes -San Cristóbal de La Laguna siempre se ufanó de poseer la mejor y más nutrida cabaña de la Isla-, con sus características colleras de campanillas que, al ser agitadas por los animales, componían una hermosísima sinfonía rural inigualable.

Setenta años después de aquel 1948, cuando en el horizonte de las conmemoraciones isleñas se perfila ya la de los tres cuartos de siglo de la renovación de la romería de San Benito, más que el "si galgos o si podencos" de la fecha de su instauración, lo que debe preocuparnos y lo que a este cronista preocupa, incluso como sobreviviente de aquel puñado de entusiastas laguneros que puso en marcha esta gran manifestación de canariedad y del mejor lagunerismo, es el futuro de la fiesta. Desde aquella etapa auroral a la de hoy se han producido cambios y transformaciones sustanciales, de los que no se ha librado la romería regional de San Benito abad.

Líbrenos Dios de quienes piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero también de los que defienden hacer de él tabula rasa. La recuperación del espíritu de la romería en lo que se ha debilitado y deteriorado no pasa por cualquiera de ambas soluciones sino por impedir que se desmadre. Es el gran reto, lo que no supone renunciar al proceso de renovación que contribuya a que su esencia se mantenga; rescatarla y reconducirla como manifestación jubilosa del alma de la tierra canaria. Un fiesta sencilla pero auténtica en la que prevalezca el espíritu de nuestro pueblo.

La comisión mixta ayuntamiento-asociaciones de vecinos, nacida, se nos asegura, con voluntad de diálogo y de debate franco para trabajar en esa línea, abre una puerta a la esperanza.

*Cronista oficial de La Laguna