Mercedes Vidal Estarriol era una gladiadora que se pasó, al menos dos tercios de su vida, luchando con tres leones que eran sus hijos: mis tres amigos Andrés, Juan y Miguel de la Vega Vidal. Oye, y en gran medida los domesticó. Yo conocí a la que llamaban Merceditas allá por los ochenta, y hasta ayer fue una guapísima mujer con una clase y una empatía incomparable para relacionarse con los demás. A mí, la madre de mi amigo Andrés me hacía reír a carcajadas y aquello era recíproco. Pero no era tan solo yo, todos los amigos pasamos unos ratos fabulosos de juventud con una estrella incapaz de pasar desapercibida como era Mercedes. Cuenta la leyenda que un día se presentó en una correduría de seguros a ver si podía asegurar a sus hijos (entonces adolescentes) porque habían hundido una barca en el Club Náutico y quemado el coche de un vecino en el garaje del edificio. Y es que los nervios de Mercedes con sus hijos se tornaron de acero, y cada cual a su manera, siempre la adoró.

Recuerdo como si fuera ayer el día que la denodada madre fue a buscar de amanecida a uno de sus hijos y sus amigos a Las Américas. En el Volvo aquel veníamos cargados como requintos sin llegar a los veinte, y uno de ellos no pudo, a una señora como Mercedes, más que vomitarle medio coche y toda su espalda. Lo sorprendente eran sus actitudes: mi adorada protagonista paró en el arcén entre carcajadas, con esa astucia que da el ver cómo otros van cuando tú ya has vuelto y se pasó el resto del viaje y años de la vida del vomitador vacilándolo. Y es que era lista como una tea. Quizás hoy no es el día para contar esto, quizás hoy no es el día para contar nada. Pero si bien Mercedes Vidal era mucho más que las anécdotas que cuento, resulta que ayer, cuando me enteraba de su partida, era como si me robaran (a mí también) un trozo de mi vida.

@JC_Alberto