Todo lo que se tenía por rocoso como el pedernal, de la noche a la mañana, se tambaleó: la función de las penas privativas de libertad encaminada a la rehabilitación del preso y jamás, nunca, en ningún caso, al castigo; la garantía de no legislar en caliente; la separación de poderes y nunca su confusión; el acatamiento de las resoluciones judiciales se vio espectacularmente desautorizado de manera terminante. Pocos países democráticos consolidados han concentrado tantas fuerzas para refutar los fundamentos del Estado de Derecho. La muchedumbre, como ha pasado tantas veces en la historia, necesitaba como exutorio los desahogos del populacho, para erigirse en único tribunal y saciar sus instintos. Solo hay una cosa positiva: que las masas iracundas, contagiadas de furia, con sed de justicia y venganza, a diferencia de las de Salem, Florencia, Ginebra, Illinois, no iban provistas de leña, hoces ni sogas, pero psicológicamente compartían con ellas idénticas pulsiones y apetitos.

La magistrada del Supremo y ministra, Margarita Robles, ha señalado que las resoluciones de los jueces han de "adecuarse al sentir popular", lo que representa la clausura del principio de legalidad y la negación ontológica del derecho. A esta madre del derecho se le sumaron no solo el corporativismo feminista (de punch claramente biologicista, el culturalista lo han superado ampliamente), sino las periodistas tentadas a reconstruir moral y atenuar biológicamente a los hombres; junto a medios, políticos, tertulianos: un océano embravecido de unanimidades.

Feministas de crasa ignorancia pretendieron la "formación de género" de jueces (una fantasía obscena que actúa como si pudieran medirse con Melanie Klein, Julia Kristeva, Elisabeth Roudinesco), con ingeniería social delirante, nula cultura y brutalidad ideológica. Se olvidaban que la mitad de sus miembros ya son de género, o sea, juezas, y un poco más ilustradas en derecho y cultura general que las proponentes. En estos mismos días el mismo delito se esparcía por Las Palmas, Sevilla, Alicante, Cádiz, Cataluña? y los más dantescos (Sandra Quer, etc.) con resultado de muerte (¡asesinatos!) quedaban volatilizados. La muerte perdió jerarquía, significación. Devino anécdota. La sexualidad del hombre era el mal, el falocentrismo (Jacques Derrida) epifanía violenta de aquella, y el patriarcado, el sistema oprobioso legitimador (los jueces ahora). Un feminismo bruto y pardo, matón y paroxístico, ansiaba, remedando la Convención de 1792, constituirse en Comité de Salvación Pública.

La Manada tenía su particularidad: la imagen. Su aspecto machista y chulesco, y la aversión a militares "fachas" fueron suficientes para despertar los instintos más espeluznantes y contagiarlos. Ponía mucho.