El pasado 9 de junio se celebró el día del santo lagunero, San José de Anchieta, el Apóstol del Brasil, uno de los dos únicos santos canarios, junto al Hermano Pedro, gloria de la Isla y por extensión del Archipiélago. Nació el 19 de marzo de 1534, en San Cristóbal de La Laguna, en una casona en la plaza del Adelantado, que va a convertirse en su museo. Murió el 9 de junio de 1597, con 63 años en la Aldea de Reritigba, hoy Aldea Anchieta, en Brasil. Fue declarado santo por el papa Francisco el 4 de abril de 2014 y ese día fue llevado en procesión por el casco lagunero después de una misa en la catedral. El día 25 se celebró otra misa en la parroquia San José de Anchieta, en Residencial Anaga de Santa Cruz.

Era el tercer hijo del matrimonio formado por Juan de Anchieta y Celarayan, natural de Urrestilla, Guipúzcoa, pariente de San Ignacio de Loyola, y de Mencía Díaz de Clavijo y Llerena, tinerfeña, hija de Sebastián Llerena, judío converso. Sus padres, llevados por la fama de los estudios impartidos por los padres jesuitas, en la ciudad de Coimbra (Portugal), decidieron que su hijo fuera allí a terminar los estudios que había iniciado en los padres dominicos de La Laguna, de Gramática, Latín, Matemáticas y Ciencias. En Coimbra se dedicó intensamente al estudio y a la oración, destacando por su ascetismo y oración ante el Sagrario, lo cual le produjo una escoliosis en la espina dorsal, por las múltiples genuflexiones que realizaba ante el mismo. En 1551 ingresó en la Compañía de Jesús, para participar adecuadamente en la evangelización de América. El padre provincial jesuita portugués, aconsejado por los médicos, decidió mandar a Anchieta a Brasil, donde llegó un 8 de mayo de 1533, con 19 años. El 13 de junio de ese año llegaba a la bahía de Todos Los Santos y comenzaba su labor apostólica. En octubre de ese año se trasladó a San Vicente, donde había mucha falta de adoctrinamiento. De allí, en 1554, fue destinado a Piretininga, donde se fundó un colegio, posible origen de la ciudad de Sao Paulo, donde Anchieta desarrolló una gran labor docente y de predicación del Evangelio, componiendo las conocidas en aquella época en Brasil, como "cantigas devotas", que recitaban los niños. Fue ordenado sacerdote en 1565, llegando a ser superior de la Casa de San Vicente y, posteriormente, provincial de los jesuitas en Brasil. En ese cargo tuvo una importante relación por carta con el rey Felipe II, entonces rey de España y de Portugal. Su entrega al apostolado y su defensa de los nativos hizo que se le conociera como el apóstol y el santo. En 1586, con 52 años, se retiró al colegio de Río de Janeiro, totalmente agotado. Posteriormente pasó a la Capitanía del Espíritu Santo donde murió.

Era muy joven, pero era muy inteligente, tenía una gran voluntad y grandes conocimientos, su misión era muy complicada y compleja: evangelizar aquellas vastas tierras y defender a los indígenas de los conquistadores-colonizadores. A pesar de la complejidad de su misión, realizó una gran y extensa labor científica-cultural, escribiendo la primera gramática en una lengua indígena; fue también pedagogo, poeta, con más de 6.000 versos, dramaturgo, dramático, músico, lingüista (hablo y escribió en cuatro lenguas), etnógrafo, experto en medicina natural (con grandes conocimientos naturalistas), dominio de los animales, escritor con mas de 15 obras literarias y de teatro, tenia grandes conocimientos artísticos, estudios sobre la meteorología, la fauna y la flora brasileña, y sus aplicaciones medicinales. En Mineralogía, en 1554, escribió sobre el descubrimiento de gran cantidad de oro, plata, hierro y otros metales en Brasil.

Según el catedrático de Filología Latina Miguel Rodríguez Pantoja, que ha investigado su vida y su obra, siendo un gran admirador del personaje por su valiosa labor cultural, religiosa y misionera, la lingüística, la antropología, y la historia son algunos de los ámbitos en que destacó, también se le considera arquitecto, médico, ingeniero, literato y humanista. "Un hombre de una cultura impresionante que no ha sido valorado adecuadamente, salvo algunas elites".

Según San Juan Pablo II, fue un gran defensor de los indígenas brasileños contra las injusticias que recibían, elaboró un catecismo adaptado a su mentalidad, que contribuyó, en gran manera, a su cristianización. Son innumerables los milagros que se le achacan y su celo de cristianización le mueven a realizar innumerables viajes, cubriendo grandes distancias. En uno de ellos, cuenta la tradición, desde San Vicente, olvidó un breviario y habiendo ido a buscarlo, en una distancia de ida y vuelta de 120 km, tardó ¡diez minutos! ¿Lo trasladaría un ángel? Fue beatificado por Juan Pablo II en 1980.