En España hubo un general bajito de voz aflautada que dio un golpe de estado que se convirtió en guerra civil, que se pegó cuarenta años dirigiendo una dictadura y que murió tranquilamente en la cama. Ordenó matar a un montón de gente. Y es que venia de una época en que en este país se mataba todo el mundo. Los obreros les disparaban a los patronos. Y los patronos mandaban matar a los obreros. Los curas denunciaban a los rojos. Y los rojos le prendían fuego a las iglesias y mataban a los curas. Y así.

Entre todos la mataron y ella sola se murió. Durante décadas, en España la política fue pura violencia. Después de la guerra civil -y de tantos muertos-, durante cuarenta años la gente vivió acojonada por el dictador. Les digan lo que les digan de la heroica oposición, de la clandestinidad, de los demócratas en la sombra... Todo lo que quieran: la dictadura no tuvo ni una grieta hasta que la palmó Franco. Ni siquiera cuando los etarras se cargaron a su ojito derecho, a Carrero Blanco, con una bomba que hizo volar su coche por la azoteas de Madrid.

El nuevo Gobierno socialista dice que quiere sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos. Y eso va a sentarle a algunos como un tiro de escopeta. Pero primero es lógico. Y segundo es carne de cañón para Pedro Sánchez. El presidente no va a dejar escapar ese hueso -aunque sea el de Franco- para pasar otra vez por un tipo estupendamente progre.

Franco, en realidad, ya casi no le importa a nadie. Una gran mayoría de jóvenes españoles, felizmente, no tiene ni zorra idea de quién fue. Ni ganas de saberlo. Ni conoce los nombres de los irresponsables, indecentes y miserables políticos de derecha e izquierda que se cargaron la república española e hicieron posible un pronunciamiento militar. Todo eso ya es historia. Pero no tan remota.

No estoy porque se derriben monumentos con valor artístico que se erigieron en los cuarenta años de dictadura, excepto, tal vez, los que encarnan al dictador. Porque sería igualmente imbécil volar las obras públicas y los pantanos que inauguró. Pero Alemania no tendría un memorial dedicado a Adolfo Hitler, que tuvo el buen juicio se hacerse a sí mismo a la parrilla antes de que le capturasen los aliados. Casi ningún pueblo democrático dedica honores a sus dictadores. Sólo en la nueva Rusia se mantiene la herencia de los comunistas que hicieron de la momia de Lenin un reclamo turístico y veneran aún los recuerdos de ese gran asesino llamado Stalin. Así pues, Franco debería estar enterrado en algún lugar donde decida su familia, pero no en un edificio patrimonio nacional.

Que se haga, pero rapidito. Que se pongan la medalla y a otra cosa mariposa. La dictadura franquista fue un trauma. Y los traumas hay que superarlos. Lo que hay que hacer con Franco es olvidarlo de una puñetera vez. ¡Pesaditos son!