Observo la vida, veo a las personas y cómo se relacionan. Jóvenes y adultos. Me hacen pensar. Miro la tele y veo el éxito de "Supervivientes". En cierta manera me dan envidia. Han vuelto a lo básico, a saborear lo que verdaderamente da la felicidad, aprenden a valorar lo más básico, sí, lo importante. Y entonces me pregunto, ¿serías capaz de permanecer en una isla desierta temporalmente? ¿Y desconectado? Probablemente, hace unos años tendríamos un alto porcentaje de respuestas positivas a nuestra pregunta. A simple vista lo hubiéramos visto como unas vacaciones ideales, pero?

Hoy, eso de "isla desierta" nos sigue atrayendo, lo que no nos atrae tanto es lo de "desconectado". Ya nunca lo estamos. Hace apenas unos años aún temíamos quedarnos encerrados en un ascensor o nos daba absoluta apatía eso de tener que volar con el móvil apagado. Pero hoy?, hoy existen compañías aéreas que se han hecho un hueco entre las más grandes por su wifi, hoy en la mayoría de los ascensores tenemos cobertura.

Nos hemos convertido en superhombres y supermujeres, tenemos el poder de caminar de casa a la oficina hablando por WhatsApp, revisando nuestros perfiles en redes sociales, leyendo el correo y respondiéndolo, o informándonos con el "periódico", todo ello sin chocarnos con nadie, sin tropezar con nada. ¡Impresionante!

El problema lo encontramos cuando trasladamos nuestro superpoder a nuestro ámbito social, y más concretamente a nuestra relación de pareja. A día de hoy somos capaces de compartir el mismo espacio con nuestras parejas a la par que nos hacemos la cena, hablamos por nuestros chats de WhatsApp y "vemos" una peli.

Y? ¿qué hemos sacrificado al obtener esta nueva capacidad? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Qué fue primero, la infidelidad o el desdén?

Es cierto que en los tiempos que corren, casi, casi nos despertamos trabajando y terminamos igual. Los horarios laborales son dispares y variables , las obligaciones y las responsabilidades aumentan, por lo que pasamos un menor número de horas con aquellas personas a las que hemos elegido para compartir nuestras vidas. ¡Compartir nuestras vidas! ¿Realmente compartimos nuestras vidas con esa persona a la que hemos elegido?

Compartimos gastos, elegimos juntos los destinos de vacaciones pero? ¿compartimos?

El tiempo de calidad es un término que antes desconocíamos. Desconocerlo, en este caso, no significaba que no existiera. Al contrario, las alarmas se activaron en el momento en el que se empezó a hablar de él. Se habla de él porque empieza a prescribirse como solución a algo, como solución a muchos de nuestros problemas sociales, sobre todo, a nuestros problemas de pareja.

¿Cuándo fue la última vez que le preguntaste "cómo estás" y no el habitual "qué tal el día"? ¿Recuerdas cuando fue la última vez que fuiste al cine y que antes y después de la película compartiste una conversación mirándole a los ojos? ¿Recuerdas cuando estabas más pendiente de tu plan que de saber si te hablaban o no por "el grupo"? ¿Cuándo fue?

No te preocupes por la respuesta que automáticamente vas dando a esta tanda de preguntas. Lo que te pasa es normal, pero esa normalidad no la da lo acertado de nuestras acciones, la da el hecho de que todos actuamos en mayor o menor medida de la misma forma. ¿Tenemos un problema?

Probablemente no, quizá se trate simplemente de leer y releer artículos como éste. De ser conscientes de que no, no compartimos los suficientes momentos de calidad con aquellas personas a las que queremos. No compartimos tiempo de calidad con nuestros hijos, no lo hacemos con nuestras parejas y, menos aún, con nuestros padres. La estampa de tres personas en un mismo sofá pendientes de tres pantallas distintas es cada vez más habitual. Ver la tele antes no era un problema, al fin y al cabo veíamos lo mismo y lo comentábamos, era quizá la excusa perfecta para socializar. Pero de esas tres personas, ahora, una ve la tele, la otra se entretiene con los juegos gratuitos que se ha ido descargando y la tercera está inmersa en una película distinta a través de su portátil, cascos o auriculares incluidos. Y así pasan las horas.

Debemos ser conscientes. Debemos aceptar que el hecho de llegar a casa estresados y saturados por el ritmo de nuestra jornada laboral nos obliga a evadirnos y que esa necesidad de evadirse no nos está ayudando a escoger la mejor de las opciones para ello. Pero ¿cómo lo hacemos? Quizás no sean necesarios grandes planes. Quizás esos días basten instantes donde si están con el otro. Una pequeña conversación, un abrazo, unas miradas de complicidad, quizás eso sea suficiente entre semana?

Solo eso, así de simple a primera vista, pero bastante más complicado en la práctica. Ser consciente de que estamos desaprovechando momentos de calidad y alejándonos de quien más queremos, hará que nos lo pensemos dos veces antes de elegir entre estar o no estar. No llevarnos por la rutina será la solución para "ese problema que no tenemos". ¿Lo bueno? Todos los días, absolutamente todos, tenemos la oportunidad de fomentar que este concepto quede obsoleto. Cada vez que compartir nuestro tiempo sea la opción se escribirán menos artículos sobre los momentos de calidad.

Añádelos a tu agenda, empieza por construir estos momentos cada día, haz algo especial en días festivos o fines de semana, no pongas excusas, con el tiempo y casi sin darte cuenta se planearán solos, es solo cuestión de práctica, como con todo? ¿Te apetece?

*Psicóloga y Terapeuta

http://anaortizpsicologa.blogspot.com.es