s comprensible que cueste, sobre todo porque son verdaderos profesionales del arte que tanto escribió Platón. Causa estrés y ansiedad porque en el fondo saben que en algún momento van a tener que tomar una decisión desagradable, una acción que los aleja de la vorágine del servir a lo público desde un altar diferente al del resto. Dimitir es un ejemplo, un acercamiento al populacho que baja a la terrenalidad a los que en su día se creyeron tocados por la divinidad. Irse, simplemente coger las maletas y dejar el puesto a otro se ha convertido en un ejercicio arriesgado, poco usual y altamente plausible. Dimitir altera el estado de ánimo recordándoles a los políticos constantemente que puede no ser la mejor decisión. Una de sus consecuencias es la pérdida de poder social y adquisitivo, componente esencial dentro de la adicción del cargo público. n estos últimos meses la situación ha dado un giro de 180 grados, con algunas dimisiones significativas, y otras, esperadas, que sin embargo no se dieron. No obstante, spaña, con Canarias por bandera, sigue siendo un caso muy particular. n nuestro archipiélago las dimisiones son cosas de guiris, una cuestión que ni se espera ni casi se exige. Hemos normalizado lo que en otros países sería motivo de defenestración inmediata, porque profesionalizar la política es el error más común entre los que gobiernan. Por ejemplo, más allá de nuestras fronteras, el presidente de Hungría dimitió en 2012 después de que se demostrase que había plagiado parte de su tesis doctoral, realizada 20 años antes. l ministro de nergía del Reino Unido dimitió en 2012 por haber pedido a otra persona que aceptase en su lugar la pérdida de puntos en el carnet de conducir por una infracción de tráfico. Saera Khan, diputada noruega gastó 48.000 coronas del presupuesto del Parlamento con llamadas a videntes. l propio Parlamento divulgó el hecho y devolvió el dinero y no se presentó a la reelección. n nuestro país tardarían años en tomar la decisión, y en Canarias, nunca se daría. ¿Qué pasaría si Atenas, Dublín o Santiago de Chile tuvieran la tasa de pobreza infantil más alta del país, la mayor tasa de parados universitaria del stado, o cerca de 400.000 personas en riesgo de exclusión social? Sería muy probable que alguien dimitiera, aunque algunos hablen de fútbol. ¿Qué ocurriría si en capitales como Roma, Palma de Mallorca o Copenhague, las listas de espera sobrepasaran la media nacional, las ayudas sociales no llegaran a sus demandantes y los casos de corrupción no tuvieran consecuencias en los partidos implicados? Aquí pasa. No en Venezuela, ni en Honduras ni tampoco en Bogotá. Aquí nadie dimite y no pasa nada. Ya lo decía Churchill: "l político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que el predijo".