Después de celebrar mi primera comunión como era tradición, tocaba recorrer las casas de las amistades para repartir los recordatorios y recibir a cambio algún presente en forma de dinero u obsequio. De esta manera fui acumulando una modesta cantidad hasta que acudí a la casa de Nácere Hayek, donde su primera esposa, Mercedes, me obsequió con un libro, mi primer libro sin ilustraciones, de la escritora inglesa Richmal Crompton, cuyo título de su primer ejemplar era: "Las travesuras de Guillermo el Conquistador". Por aquel entonces, el futuro matemático Hayek regentaba junto con su tío Ignacio un comercio de tejidos frente al teatro Guimerá, y mientras su ascendiente se dedicaba a la venta directa al público, él permanecía enfrascado en sus números cabalísticos, explorando el mundo de la investigación matemática, situado a años luz de su verdadera dedicación familiar.

Residía por aquel entonces junto a su familia en un precioso hotelito de dos plantas al inicio de la calle Santiago Cuadrado; presidido por su madre, doña Dama, su esposa y su tío Ignacio. Puedo decir que este hogar fue teatro de mis continuas visitas, por el grado de amistad íntima de mi madre con su esposa Mercedes. Por razones que no vienen al caso, no tenía hijos y por ello dialogaba bastante conmigo, dejándome en los ratos de ocio consultar su enorme enciclopedia Espasa, de la que entresacaba para combatir el tedio curiosas enseñanzas adecuadas para los adultos. Nácere era un hombre con una mirada penetrante, propia de los inteligentes, a la que daba un toque cordial cuando se dirigía a mí con la confianza habitual, pues no en balde mi padre atendía a la delicada salud de su madre, recluida prácticamente en una habitación abrigada -era muy friolera- sobre una enorme cama de forja, llena de metales dorados que me servían para jugar con ellos en mis ratos de estancia, al tiempo que su hijo charlaba cordialmente con mi padre, sentados ambos en la salita anexa a la biblioteca y junto a un tablero de ajedrez con el que jugaban a veces alguna partida.

De esta manera cotidiana, discurrió mi primera infancia hasta que el matemático, animado siempre por su primera esposa, decidió abandonar el comercio familiar y dedicarse a su verdadera vocación: la docencia. Al estar disponible con sus conocimientos, fue tentado por varios organismos para su labor de enseñanza, y fue en Gran Canaria donde recibió la mayor oferta concedida hasta entonces, poniendo a su disposición un suntuoso piso cercano al edificio del Cabildo insular, que visité en varias ocasiones, quedando asombrado de la calidad de los muebles y enseres de su contenido. Pero los lazos familiares pesaban más en el ánimo de nuestro chicharrero, que renunció al cargo y regresó a Tenerife, en donde ejerció más tarde una cátedra en la Universidad de Sevilla, para ocupar posteriormente una plaza de profesorado en la facultad lagunera de Matemáticas hasta su jubilación y su nombramiento posterior como emérito hasta su fallecimiento. Nombrado Premio Canarias de Investigación, nuestro matemático siguió con su ejercicio docente hasta un contratiempo inesperado de salud, que le afectó a un brazo, pero que no le impidió continuar con su labor. Viudo de su primera esposa catalana, que lo animó siempre a dedicarse a su labor docente, casó en segundas nupcias con su actual viuda y pariente Josefina. Me consta que aunque siguió sin descendencia, formó sin embargo a muchas generaciones de alumnos, porque en su fuero interno era un sabio al que le gustaba sentarse en una plaza pública ruidosa y abstraerse en la lectura o solución de alguna fórmula compleja, porque era partidario del ruido para concentrarse mejor en su dedicación, que resultaría prolija por pertenecer a su historial académico personal.

Finalmente el ayuntamiento ha decidido en justicia imponer su nombre al puente de la Asunción sobre el barranco de Diego Santos; opción que comparto y aplaudo con la salvedad de la muletilla de "a título póstumo", pues lo deseable hubiera sido en vida activa. Cumplida la opción, queda ahora el reconocimiento al poeta y escultor Fernando García Ramos y Fernández del Castillo, chicharrero nacido en el barrio del Toscal, que fue llevado a La Laguna por sus progenitores a los pocos meses de vida para residir en ella. Considero, pues, procedente su nombramiento vital de Hijo Predilecto con todos los merecimientos.

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