Con el patio grande repleto y alterado y el isleño metido en los fastos del Día de Canarias, acudo al recuerdo de un hito que, desde la hora cero, se sacralizó o satanizó y tuvo entre nosotros las consecuencias posibles dentro de la dictadura conducida por los azules del Movimiento y los tecnócratas del Opus Dei. Ante el carrusel que incluye las penas de la Gürtel y censuras cantadas, corrupciones y expulsiones, plebiscitos para asuntos personales, hechos y albures que, para bien o mal, deberán definirse en cuestión de días, prefiero evocar los veinte días del Mayo del 68 que abonaron millones de páginas de literatura y propaganda apasionada y nos hicieron creer, en la posición suficiente de los europeos y en nuestra provinciana inocencia, que algo podría suceder en París que, para las ilusiones pendientes, fue otra vez capital del mundo.

Tomo como guía voluntariosa y ácida "La revolución de la revolución", un texto del comunista Jacques Baynac, publicado en 2017 y que, con sano voluntarismo, quiere prolongar la vigencia de la utopía, la novia de todos que se quedó soltera. Tal día como hoy, hace medio siglo, los conservadores franceses recuperaron las calles en una manifestación de apoyo a Charles De Gaulle que, devuelto de algunos errores, convocó elecciones, no usó el palo contra los revolucionarios creativos y dejó que "les choses et les idées tombent d´elles-mêmes". Cayeron efectivamente las tiernas esperanzas y las sonoras consignas -"la imaginación al poder"- y los tópicos pero, a cambio, se afianzaron los valores personales; se visualizaron las radicales diferencias entre los intereses de los estudiantes y los obreros movilizados pero, aún contra corriente, evolucionaron las sociedades occidentales y, tras el Telón de Acero, crujieron las estructuras y los tanques en Praga y las implacables clavijas, en otros países, devolvieron el férreo control.

Por aquí, protestas y represiones laborales y universitarias y acciones clandestinas apuraron las ilusiones de cambio que, en su brevedad, trajo el Mayo Francés, veinte días de batallas callejeras y asambleas para debatir sobre el cansancio de las democracias burguesas y, a la vez, la supremacía intelectual y cultural de los marxistas; para inaugurar la solidaridad con todos los puntos calientes del planeta donde se libraban batallas por ganar y extender derechos, en aquel sueño leve de hermosas frases y vistosa cartelería.