La primera vez que vi al que luego sería presidente José María Aznar fue mientras él miraba el escaparate de una zapatería que antes había sido un bar dominado por los fachas del barrio de Salamanca, que una vez trataron de obligar al poeta Rafael Alberti, que acababa de volver del exilio, a cantar el "Cara el Sol". En ese barrio, por entonces, unos matones también trataron que yo y mis acompañantes cantáramos el mismo himno fascista.

Pues tiempo después allí estaba Aznar mirando zapatos. Era entonces un joven político apenas trascendente, cuya fama creció a la vez que su ambición de ser imprescindible en la política española. Aún tenía el bigote negro, que según decía ocultaba una herida antigua, aunque cuando se lo quitó prosperó la idea de que en realidad estaba ahí para achicar esa parte abundante de su cara. Lo cierto es que en este momento en que lo veo ahí, ante el escaparate, sólo ve zapatos, minuciosamente. Luego se avanzó la especulación de que, al no ser demasiado alto, y queriéndolo ser, se procuraba zapatos que por dentro llevaran alzadores. Nunca lo comprobé. Sólo sé que era menos alto de lo que él mismo se creía. Y la historia se lo ha ido diciendo.

La historia se lo está diciendo en este momento, sin ir más lejos. Una fotografía de su Gobierno, de su primer Gobierno de 1996, retrata a muchos de sus compañeros de Gabinete como eran, para decir que ahora gran parte de ellos, la mayoría, están en la cárcel, lo han estado, o están imputados o van a serlo. Muchos de ellos están en cuestión por dejar que unos aprovechados se hicieran con dinero público a manos llenas, y otros están porque directamente se hicieron con dinero público gracias a sus manejos con algunas tramas, la principal de las cuales es la que la policía judicial llamó Gürtel.

Es abrumador el fracaso in vigilando de Aznar. Y es abrumador lo que él hizo para parecer perfecto. En primer lugar, dijo y reiteró, a gritos, que él venía, en los desdichados años 90 del siglo XX, a limpiar España de corruptos. Su amanuense comunicativo, Miguel Ángel Rodríguez, le sirvió un eslogan que él repitió a gusto, en el Parlamento, en la prensa y en los mítines: "Váyase, señor González". Hacía alusión a los escándalos que había protagonizado la Administración de Felipe González. La exagerada exhibición que hizo Aznar de la limpieza de sus manos y de su corazón tenía un precedente de rencor visible: no soportó que, por un puñado de votos, el bandido González le hubiera borrado ese camino a La Moncloa.

Así que al llegar al poder, efectivamente, en 1996, se juró vengarse, con la complicidad de periodistas conspicuos, conspiradores que aún hoy siguen revolviendo en el ego de haber contribuido a la caída del socialismo, de los que él sentía que habían ayudado a Felipe González. Su venganza fue explícita y duradera. Y la historia, sin embargo, se está vengando de él. Ahora Aznar es el presidente que cobijó a un nido de corruptos. Ante esta circunstancia guarda silencio, mientras alecciona (se dice) a Albert Rivera en su tarea de proseguir aquella limpieza de España que él prometió llevar a cabo con los resultados que son evidentes desde la famosa boda de su hija en El Escorial.

Así que ahora que no habla ni grita ni dice que es el mejor presidente de la historia de la democracia española yo lo veo caminar lentamente ante una zapatería para buscar zapatos que lo realcen. Pues ni así mejorará ya nunca más su deteriorada imagen de señorito.