El próximo martes 22 de mayo tendrá lugar la última charla del ciclo que coordino, "Juventud, valores y siglo XXI", en la lagunera Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. Desde hace más de un año, se han analizado con sentido crítico muchas cuestiones en relación con la juventud, la familia y la sociedad, para reconstruir un discurso esperanzado tras la huella del Mayo del 68 francés. En este caso, el doctor en Neurología Antonio Alayón nos hablará de "Juventud, valores y adicciones".

Para hacer balance de la revuelta parisina del 68, con su famoso "prohibido prohibir", transcribo la declaración del filósofo Jean-Piere Le Goff, que participó en esas revueltas estudiantiles, en una entrevista en El País pocos días atrás: "Mayo del 68 tuvo un problema de desmesura". Este pensador francés advertía, primeramente, sus aspectos positivos, "porque no es justo decir que lo destruyó todo". Por ejemplo, subrayaba que aportó "una flexibilidad en las relaciones sociales y humanas que era inimaginable".

También Marguerite A. Peeters ha escrito un buen resumen sintético de los cambios culturales positivos que produjo la revolución de cincuenta años atrás, como despejar de la cultura occidental de algunos elementos negativos: "El machismo, el moralismo, el dogmatismo, el paternalismo, el feminismo, el elitismo, el intelectualismo, el formalismo, el fariseísmo, el absolutismo, el occidentalismo, el racionalismo, con toda la abstracción y la falta de compromiso personal y de amor que conllevaban". O sea, el fin de las ideologías cerradas, de los "ismos".

Pero también Jean-Pierre Le Goff recoge la herencia negativa del Mayo del 68, para superarla. En sus palabras, "se atacó un ethos común previo que no era perfecto y que merecía ser revisado, pero se arrasó con todo y no se construyó nada en su lugar. Las generaciones posteriores han crecido sobre un campo de ruinas". Y por ello, resulta necesario reedificar el campo educativo sobre esos escombros.

En primer lugar, recuperar la idea de la autoridad familiar como un derecho de los hijos, como algo que resulta fundamental para su formación. Ahora bien, comprendiendo que esa autoridad ya no se ejerce porque sí, sino logrando una comunicación transparente entre padres e hijos; en definitiva, construir la autoridad sobre un ambiente familiar atractivo, alegre: el de quienes desean mejorar el mundo social en que habitan con el trabajo y desarrollo de la propia vida.

Además, hay que educar a los hijos en la cultura pluralista que caracteriza nuestra precioso sistema democrático: han de convivir y desarrollarse en ambientes y con amigos que portan diversas concepciones sobre lo bueno, muchas veces distintas de la recibida en casa. De esta forma, resulta fundamental una educación para la pluralidad, haciéndoles comprender a fondo los valores familiares, pero explicando las cosmovisiones distintas u opuestas que mantendrán muchas personas. Y no cansarse de explicar que querer a una persona, la amistad, no significa suscribir ni seguir su mundo moral.

Por último, formar a los hijos proveyéndoles de ideales artísticos, morales y religiosos para que puedan saber qué está bien y qué resulta embrutecedor, y para facilitarles una lucha interior sin la cual quedarían esclavizados a lo instintivo y egoísta. Sin esto, no podrían superar el escepticismo, el cinismo dominante; ni las tendencias consumistas, hedonistas e individualistas que con tanta fuerza les llegan. ¿Sin ideales, de dónde van a obtener la fortaleza para no dejarse dominar por estas trazas negativas que paralizan la acción moral y que pueden encarcelar a los jóvenes en un "egoísmo laberíntico", por emplear el término de Ortega y Gasset?

"El problema no es la libertad, sino la ética", afirma Javier Gomá respecto del momento cultural actual, para superar el viejo discurso de liberación política, para llegar a una verdadera emancipación moral, "para hacer un uso cívico y virtuoso de la libertad". O sea, la libertad vinculada, la donación y la entrega, esas perspectivas que faltaron en Mayo del 68.

@ivanciusL