La atención que Pablo Iglesias e Irene Montero, compañeros en Podemos y en la vida, han prestado a las viviendas de otros pone en evidencia, a mi modesto juicio, una preocupación doméstica que ahora salta a la vista: su crítica a Luis de Guindos, que se había comprado un ático por 600.000 euros, no era tan solo la expresión de una crítica de carácter político. De ahí debió nacer una posibilidad: se puede hacer lo mismo, se puede gastar lo mismo porque, siendo Iglesias y Montero, disponiendo de una bula mediática y política como esta con la que cuentan, todo les estaría permitido.

Y se han lanzado a imitar a De Guindos, el exministro de Economía de, como ellos dicen, M. Rajoy. La bula ha funcionado?, al menos entre los suyos. Juan Carlos Monedero, que tiene la fe del carbonero podemita, se ha lanzado a calcular los términos de la hipoteca en la que ha incurrido la pareja y ha concluido que es mejor endeudarse toda la vida con una propiedad que hipotecarse cada mes con un alquiler. Como estuvo llamado a ser el nuevo Carlos Marx y ha preferido quedarse en el Carlos Orosa de la televisión, ha visto que sus cálculos le han sido desmentidos por quienes entienden mejor las cuentas del Idealista; pero ha seguido erre que erre defendiendo la incorrección política de sus líderes máximos.

Otros podemitas de sueldo, como Pablo Echenique, han salido en defensa de la pareja como si en lugar de echarse al monte de Galapagar hubieran empezado una cruzada anticapitalista. Cuando en realidad lo que han hecho es tan sencillo como cumplir una ambición que la burguesía media lleva tratando de cumplir desde que el mundo (capitalista) es mundo: tener una vivienda más grande, y mejor, en las afueras. Eligieron Galapagar, o La Navata, donde hay casas y chalets de todo tipo: caros, medianos y baratos, y ellos han elegido, y están en su derecho, cómo no, un chalet caro. Galapagar no es un sitio que espante por su belleza, ni por sus medianías estéticas; está en la carretera que te devuelve a Madrid, siempre me pareció un lugar de paso, hasta que allí se fue a vivir un buen amigo, por cuya casa anduve muchas veces. Hay zonas allí que, en efecto, albergan viviendas de alto standing, con piscina y parcela, pero aquellos amigos míos no disponían de semejantes incentivos. Iglesias y Montero, o viceversa, han tomado esta decisión, la de hipotecarse y la de mostrarse ante la opinión pública haciendo lo contrario de lo que pregonaban en sus programas (televisivos o escritos), por el porvenir de sus hijos, que nacerán pronto. Es una loable proeza, la de endrogarse (así llamaban los viejos canarios de mi pueblo a llenarse de deudas) por la familia.

A mi juicio, modesto, tan modesto que proviene de la ignorancia de cualquier teoría o práctica inmobiliaria, ellos han actuado así porque consideran que, siendo ellos, tan mimados por sus medios y por sus amigos, todos les está permitido. En cierto modo, su acción arriesgada desde el punto de vista de su consistencia ideológica ha sido tomada en la seguridad de que, una vez cegado el ruido que hay ahora, la gente se olvidará o en todo caso Monedero y otros poetas de lo correcto harán el coro adecuado para que no se escuche sino música celestial en torno a la pareja y su nueva casa.

Quizá suceda eso, pero el ruido ahora es tan ensordecedor que quizá tengan tiempo de pensar que hay algo que no arreglan los amigos: los errores que nuestra propia lengua nos ha hecho cometer. Si ellos no hubieran sido tan altisonantes con los (probables) errores ajenos, quizá ahora no estarían tan expuestos a la crítica que reciben. Dios perdona todo, pero en algún sitio quedan registrados los pecados. Uno de esos sitios es la memoria de la gente y el recuerdo de los que han sido agraviados por sus despiadados gritos a favor de lo correcto.