Una buena amiga dice que le gustan mis comentarios sobre el pasado, pues le encanta leer cómo se vivía en Santa Cruz de mitad del siglo XX, así que para contentarla aquí están las líneas de hoy.

Tengo que reconocer que la ciudad de aquella época era coqueta y bulliciosa desde muy temprano. A las siete de la mañana la capital ya se llenaba de gente, muchos de los cuales venían del interior de la Isla para hacer sus compras, sobre todo los lunes. Siempre ha sido una urbe de edificios singulares y zonas transitadas, particularmente en la plaza Weyler, la calle del Castillo, las plazas de la Candelaria y España y la alameda Duque de Santa Elena. Los bares ya estaban abiertos a esa hora y la gente desayunaba temprano, pero comparándolo con la actualidad, la capital ha perdido muchas señas de identidad y ahora el chicharrero es menos laborioso que antes, pues la ciudad parece desierta antes de las diez de la mañana.

Mi jefe, por ejemplo, llegaba después de las siete, y yo ya estaba en la oficina, pues la señora de la limpieza había llegado mucho antes para dejar la estancia impoluta antes de comenzar la jornada. Silbaba desde la calle, era su llamada para que bajara a desayunar con él, unas veces a una cafetería en la calle El Sol y otras a La Peña o al Cuatro Naciones, dos establecimientos emblemáticos de cuyo propietario me gustaría contarles algunas anécdotas.

Federico Rodríguez Martín era natural de Las Palmas, formado en hostelería en la "Academia Artiles", y se convirtió en un empresario que llegó lejos en el sector. Era un hombre excelente, serio, honesto, emprendedor, además de un buen "relaciones públicas" del que tuve la fortuna de aprender. Sus establecimientos estaban en la plaza de la Candelaria esquina calle San Francisco, la parcela que ocupa desde hace años el edificio del Banco de Santander. Allí estaban también la droguería Espinosa y un edificio de dos plantas cuyos bajos albergaba la librería La Católica (lo que hoy es CajaSiete). Era un hombre muy conocido, salía a hacer gestiones y cada tres o cuatro metros lo paraban para saludarlo. La gente le tenía afecto, y supo vender bien su negocio. Fue también el creador de las modernas cafeterías Corinto, en José Murphy y la avenida de Anaga, y consejero delegado de Galletas Himalaya, y por lo tanto mi jefe directo al que conocí con 18 años y siempre apoyó mi trabajo. Le gustaba recibirme en la trastienda por la tarde, después del almuerzo, y aprovechaba para conversar mientras le daba el parte de actividades diarias. Estaba casado con Isabel, también gran emprendedora y con la mejor peluquería de la capital, en la calle del Pilar frente a Galerías Preciados, por la que pasaba la flor y nata de la ciudad. No tuvieron hijos pero adoptaron al niño de la hermana de Federico, Fredy, un buen muchacho, pero algo alocado, al que perdí la pista tras el fallecimiento del matrimonio. Mi salida de Galletas Himalaya le entristeció, pero seguía visitándole porque entablamos una bonita amistad basada en el respeto mutuo, pero sobre todo porque fue mi mentor cuando me inicié en el negocio de la rama alimentaria.

En aquella época estaba prohibido el juego, pero en las cafeterías había tolerancia y se permitía. En El Bailén, en Imeldo Serís era habitual ver hombres con la baraja jugando al poker, aunque el dominó era la tapadera. Pero Federico no era amigo del ocio, se recogía normalmente después de las siete de la tarde. Supo rodearse de personas competentes, como Servando, quien montó en la rambla la Cafetería Roma. Tenía otros amigos importantes, el más íntimo fue Sebastián Sánchez Corporales, de quien contaré su historia otro día. También lo acompañaba muchas veces el marqués de la Florida y Orestes, no recuerdo sus apellidos, que tenía una joyería en Cruz Verde.

Federico falleció con algo más de sesenta años, fue un duro golpe, pero me quedo con las bonitas vivencias, como cuando vino a Tenerife aquella chiquilla rubia de ojos azules con la que paseamos por la calle San José hasta Pilar para llevarla a la peluquería. Todo el mundo nos miraba al pasar, era la celebre Marisol.

aguayotenerife@gmail.com