El racismo es una constante socio-política que no ha dejado de alejarse de la condición humana y que muchas veces fluye con virulencia mientras otras permanece instintivamente agazapado o confundido con algún tipo de solidaridad esquiva y ramplona.

Hace algún tiempo que el premio Nobel de Medicina James D. Watson, uno de los descubridores de la estructura del acido desoxirribonucleico se descolgó con unas declaraciones un tanto polémicas por las que fue cesado del cargo que ostentaba en la Junta Directiva del Centro de Estudios Cold Spring Harbor de Nueva York.

Manifestaba, en aquel momento, que la inteligencia de los africanos es inferior a la de los blancos y que por tanto el continente africano debería siempre estar tutelado por la inteligencia superior de los descendientes de los europeos.

Desde ese momento en que se oyó una voz de alto rango intelectual como la del mencionado científico hasta hoy, esa majadería ha estado sostenida tanto por motivaciones científicas como por cuestiones de índole social.

Ha existido un interés y en ciertas sociedades del mundo, vamos a llamarlo "civilizado", de que esto sea así y poner cadenas de trasmisión necesarias para insertarlo en la conciencia de muchos que han hecho del racismo una ideología más que un comportamiento. Les suena y asumen con entusiasmo las letras de esas canciones que reafirman su personalidad con la que se sienten satisfechos y felices porque les hace seguir mirando por encima del hombro a muchos.

Pero esa misma ciencia cuando es objetiva y asentada en la neutralidad y manejada sin doble lenguaje reafirma que no hay diferencia intelectual entre razas. Lo que hay son pretextos y justificaciones que no se han podido erradicar de determinados estamentos de poder a los que les conviene que esto sea así.

No obstante, el racismo se explota muchas veces apoyado por declaraciones pseudo científicas tomadas al pie de la letra como la del científico anteriormente mencionado, que las aplauden desaforadamente porque les hace sentirse bien para degradar, para vejar y situar en un plano de inferioridad a quienes les convengan y mas si son africanos.

Pero esto se ha hecho extensible a otros movimientos de personas que han tenido que abandonar sus países expulsados por la crueldad de la guerra, a los que se les ha confinado en la indigencia porque su presencia molesta a una sociedad hipócrita que pretende ocultar sus vergüenzas con gestos que desarrollan exiguas capacidades para ayudarles a mantener una cierta esperanza de vida más o menos digna.

Los consideran desheredados de la tierra e inferiores porque en ciertas etapas de la historia fueron sus amos, dueños de su futuro por lo que da la sensación que la historia apenas ha caminado porque las conductas de ciertos países continua igual, atadas a un pasado colonial que no cesa.