"La cara le salió cara". Así son las redes sociales. Expertas en frases lapidarias que se colocan sobre las tumbas de la víctima de turno. Esta semana le tocó a Cristina Cifuentes, la presidenta de la Comunidad de Madrid, que adornó su curriculum con un máster regalado por una universidad al parecer poco escrupulosa con las titulaciones.

Alguien de su entorno lo sabía. Y la noticia del máster ficticio se filtró convenientemente a un medio de comunicación que apuntó a Cifuentes y disparó la primera andanada. A trancas y barrancas la política del PP aguantó como pudo. Dio confusas explicaciones, echó la culpa a la universidad y se retrajo después en un silencio a prueba de balas, siguiendo las instrucciones de la famosa escuela marianista: agacharse hasta que pase la ola.

En España el que resiste gana. Ya se sabe, es una vieja frase de la sabiduría popular. Cifuentes se aprestó a resistir lo que fuera. Y por momentos pareció que lo había conseguido. El hecho de que se hubiera "reconstruido" su título en la universidad, con firmas que se declararon falsas, acabó en los tribunales de Justicia. Eso le permitía ganar meses y poner tiempo de por medio con el escándalo.

Pero lo que no pudo el máster lo consiguió una crema de un supermercado. Allá por 2011, la ciudadana Cristina Cifuentes se metió en el bolso, por quién sabe qué razones, dos cremas para la cara. Las cámaras de seguridad la cazaron y al salir la llevaron aparte para que abriera sus pertenencias, entregara las cremas y pasara la correspondiente vergüenza. Las imágenes cayeron en manos de alguien de su propio partido -dicen que Ignacio González o su entorno- y quedaron a buen recaudo. Hasta que las necesitaran.

Y fue esta semana cuando Cifuentes no pudo soportar el bochorno de verse en las televisiones de todo el país dando explicaciones con su traje azul delante del típico agente de seguridad privada de un súper. Lo que no habían logrado las editoriales, el máster y las tertulias, lo consiguió la evidencia de su propia pequeña torpeza universalmente exhibida. Las cremas para la cara le salieron muy caras, como sentenció Twitter.

Pero reflexionemos, aquí parados sobre la tumba política de Cifuentes. Aprovechemos la paz de los cementerios. ¿Qué tipo de estómago hay que tener para guardar ocho años unas imágenes de una compañera de partido? ¿En qué se han convertido las luchas de poder en los partidos políticos? Acojona que además de las críticas de la oposición, los políticos actuales estén sometidos al mal llamado "friendly fire". Porque el "fuego amigo" es un disparo que te viene de forma imprevista de tus propias filas por accidente. En el caso de Cifuentes ha sido un tiro en la nuca.

La nueva y la vieja política están demostrando, con diferentes intensidades, que el poder no hace prisioneros. Pablo Iglesias ha tenido que afrontar en Podemos la ruptura de aquel núcleo de amigos y fundadores del partido, hoy hecho trizas. Carolina Bescansa ha sido condenada al ostracismo y Errejón exilado a la política autonómica y vigilado en corto. Pedro Sánchez en el PSOE sobrevivió a los barones que le mal mataron y, como en "el cuervo", volvió para cobrarse todas las facturas. En el PP no hay más que ver los "regalos" que se guardan y se entregan después años más tarde para cargarse un ministro o una presidenta de comunidad.

Todo este tejemaneje deja la política muy mal parada. La gente acaba dándose cuenta de que los partidos son luchas de poder para controlar el aparato del partido. Porque conseguirlo significa tener la capacidad de colocar gente en cargos públicos, elegir candidatos para las listas electorales y otras varias prebendas que fidelizan a una numerosa clientela de gente que ha hecho de la vida pública su única profesión conocida.

Y así pasa lo de esta semana. Que nos enteramos de la sentencia que condena a los cinco bestias de "la manada" a nueve años de prisión por abuso sexual, pero sin agresión (o sea, que no se consideró violación como vulgarmente lo entendemos) y las calles se incendiaron con protestas multitudinarias. La gente no entiende de tecnicismos legales. Al pan pan y al vino vino. Y cinco tipos que encierran a una pibita en un zaguán sin salida y le hacen de todo la están violando. ¿Qué necesidad tienen, además, de pegarle una paliza?

Pero pese a las declaraciones de los políticos, que son como tiburones mediáticos -al olor de la sangre empiezan a soltar dentelladas populistas- los jueces han aplicado una ley que tal vez necesite ser mucho más contundente. Igual sería una buena respuesta social convocar una sesión extraordinaria del Congreso, ese lugar donde se hacen leyes y se cobran sueldos y dietas, para iniciar una reforma urgente del Código Penal y poner muy clarito que una violación es una violación, aunque no te maten.

Igual sería mejor eso que dar un par de titulares y escandalizarse sin consecuencias. Pero este país es como es. Por eso los políticos roban cremas para la cara.