Para pedir perdón hay que tener el alma libre, y ETA no tiene el alma libre. Por eso no ha sabido pedir perdón por la atrocidad en que convirtió la vida en su lugar de origen, Euskadi, y el mundo al que atemorizó, que fue toda España.

He leído con estupor a un periodista vasco de relevancia contar que está harto de que desde España se le diga cómo debe reaccionar ante la despedida de ETA. ETA no mató en Euskadi, mató en todas partes; y aunque haya matado en Euskadi mató en todas partes. De hecho, llevó a cabo matanzas horribles, colectivas, indiscriminadas, en Madrid, en Barcelona, en Zaragoza, acabó con personas mayores, con menores de edad, secuestró a empresarios, a funcionarios, asesinó sin piedad a políticos españoles y vascos, malhirió a personas que ya vivieron siempre además con la herida del miedo, obligó al exilio interior y exterior a numerosos conciudadanos que no pudieron vivir su vida ni libres ni en paz.

ETA ha sido un azote despiadado de muchas generaciones de españoles, de vascos y de españoles, que ya no pudieron vivir nunca felices ni en paz. Además, ETA se ha querido vestir con un ropaje que no le corresponde: el ropaje de la política, como si su lucha traidora, agazapada, formara parte de un movimiento de liberación que basó tan solo en la amenaza de muerte.

Por fortuna, hace cinco años inició su disolución y su desarme. Y como no podía despedirse bien lo que nunca fue bien, ahora ha tomado la goma de borrar y ha pedido, torpemente, aviesamente, un perdón que no ha contentado sino a los suyos, a los que ahora simulan que no fueron tanto de los suyos. Ha pedido perdón a los que no tenían la culpa, pero ha dejado fuera del perdón a aquellos asesinados o familias de asesinados que tuvieran alguna relación con lo que ellos llamaron siempre el conflicto vasco, cuando en realidad era el conflicto de ETA con Euskadi y con el mundo entero, pues una sola muerte, una sola amenaza, un solo disparo, era contra el mundo entero, con la naturaleza humana que reclama paz y discusión para vivir discutiendo pero en paz.

Nuestra generación nació con ETA en el horizonte oscuro del franquismo, siguió matando en democracia, dividió Euskadi en dos o tres fracciones, hizo que vascos ilustres tuvieran miedo a ir a pasear a sus sitios de siempre, y consiguió atemorizar a andaluces, a catalanes, a madrileños, a las fuerzas del orden pero también a los viandantes que podían ser víctimas de su oscura ambición de matar con la intención, decían, de liberar a su pueblo.

Recuerdo el intento de asesinato del buen José Ramón Recalde, al que quisieron matar y dejaron malherido, y ya para siempre desposeído de su voz natural, impedido también para pasear por San Sebastián. En una de las treguas conseguí que me llevara a pasear por su lugar favorito de la bella ciudad, que me llevara a comer al barrio viejo. Pasar de un lado al otro de la ciudad era heroico en otro tiempo. Y a esas heroicidades obligaba la sinrazón de ETA, perpetrada en todas partes, no sólo en Euskadi, en España entera mató ETA, y aunque hubiera matado una vez y en un solo sitio, lo que hizo ETA fue matar en todas partes, pues si cae un asesinado es la sociedad la que recibe un disparo de miedo que no acaba nunca.

Por eso tenía que haber pedido perdón a todos y para siempre. Hubiera aliviado la respuesta, pues la tendencia del hombre ha de ser la de perdonar. Aunque es preciso saber pedir perdón.

Por cierto, mientras escribía este artículo, empecé explicando que había leído que un periodista vasco decía que estaba harto que desde España le dijeran cómo tenía que recibir el comunicado de ETA. Debo decir que antes de terminar mi escritura me llegó un mensaje del citado periodista, en el que mostró su acuerdo de que ETA en verdad mató en todas partes.