En mi libro "Pensadoras del siglo XX", en el que analizo la vida y el pensamiento de las grandes filósofas del siglo pasado para proponerlas como guías para el tiempo actual, planteo la siguiente pregunta: ¿cómo comprender que Simone Weil, María Zambrano, Edith Stein y Hannah Arendt, cuyas vidas fueron muy duras, nos entregaran un pensamiento preñado de esperanza, pleno de confianza en el ser humano? (Téngase en cuenta que muchos filósofos varones, en ese mismo tiempo y con una existencia tranquila, ofrecieron un pensamiento desesperanzado y oscuro).

Respondo que quien tanto ha sufrido comprende la dimensión pasiva de la persona y percibe con claridad que necesita recibir la hospitalidad de los otros -y, por tanto, ofrecer la propia-. Entendemos, entonces, nuestra vulnerabilidad constitutiva, la necesidad del amor de los demás para completarnos y comprendernos. En consecuencia, se puede ahora desarrollar una antropología de la donación, una ética de la persona vinculada, un pensamiento fecundo sobre la necesidad de entrelazarnos con los demás para alcanzar la plenitud vital.

Julián Marías explicaba que "la vida humana es transitiva, menesterosa o indigente, se hace con las cosas y sobre todo con las otras personas"; y que la falta de comprensión de la intrínseca vulnerabilidad de la vida humana conducía a "una de las formas más graves de inmoralidad" y a la "supresión del entusiasmo". En conclusión, la vida valiosa dependía totalmente de la actitud vital de disposición para recibir dones de los demás, de saber dar y, sobre todo, darse.

Pero para el abordaje positivo de nuestra inexorable fragilidad, apuntaba Marías una característica fundamental: "que la aceptación de las heridas no impida la continuidad del proyecto personal"; e insistía sobre la necesidad de incorporar, en carne propia, las aflicciones -"como el azar, que también con frecuencia hiere"-, "incluyéndolas en su textura". En suma, subrayaba la importancia de poseer un proyecto vital sólido, pues sin él la existencia perdía valor; y le apenaba advertir que mucha gente vivía "con una interna atomización, en una curiosa dispersión que dificulta la entrada en sí mismo, vacía la intimidad y hace precaria la posesión de la propia vida".

También Josep Maria Esquirol ha profundizado la fragilidad. Concretamente, sobre la importancia de la vida en común, la necesidad de construir "la siempre difícil y precaria comunidad del nosotros"; porque, dependiendo de este logro, la vida oscilará entre la disgregación o la resistencia. Afirma, entonces, este filósofo catalán que "el resistente no anhela el dominio, ni la colonización, ni el poder. Quiere, ante todo, no perderse a sí mismo pero, de una manera muy especial, servir a los demás".

La idea de resistencia permite a Esquirol plantear dos valiosos registros para el logro de una vida feliz, colmada. En primer lugar, poner en práctica una "filosofía de la proximidad que centra la atención en el otro -el amigo, el compañero, el hijo-, en el aire que se respira, el trabajo, la cotidianidad?". Además, subraya la necesidad de "una hermenéutica del sentido de la vida; un intento de comprensión del trasfondo de la existencia humana".

La comprensión de la vulnerabilidad ofrece una idea inestimable para superar la superficialidad actual y la pobreza interior de la vida centrada en lo material y el éxito; para desterrar la concepción romántica e individualista que tanto aísla a las personas y que las incapacita para llenarse de la felicidad de los demás; para ocuparse prioritariamente de los próximos fundando un sentido trascendente de la propia existencia; y para aceptar las heridas del tiempo y del azar sin resentimientos.

"Mi corazón doméstico y descalzo (?) / que siente la llamada de las tres / tiendas, que no se quiere levantar / y vuelve al escenario cada noche, / mirándote mirar se quedaría / toda la vida, si dijeras dónde", canta Rocío Arana. Preciosa vulnerabilidad: donación que construye comunidad, que recarga de sentido y felicidad a la propia existencia.

@ivanciusL