El expresidente Paulino Rivero ha hablado de "repensar Canarias", lo cual es original, porque yo ni me había enterado de que alguna vez se hubiera pensado. Y lo ha hecho advirtiendo de que su etapa política ya pasó, que no piensa volver, que veinte años no es nada y tal y tal.

A pesar de estar en el dique seco, Rivero hizo, entre otros, un diagnóstico político y otro económico de los males que aquejan a esta Macarronesia profunda. El primero se refería a la necesidad de rentabilizar la política. Desde tiempos inmemoriales, muchos gobiernos españoles han pactado mayorías con los nacionalistas. El Congreso se ha convertido, de facto, en una industria láctea, donde los vascos, catalanes y canarios, a veces juntos y a veces por separado, han exprimido recursos económicos por la vía de eso que llaman "colaborar en la gobernabilidad" del Estado, que en la práctica se traduce en pasta a cambio de apoyos.

Con buen tino, Paulino Rivero señaló que difícilmente se va a producir otra casualidad como la que existe hoy, en que dos votos nacionalistas canarios -los de Coalición y Nueva Canarias- resultan fundamentales para conseguir mayorías en la Cámara Baja. Y que harían bien los dos nacionalismos en unir fuerzas y en ponerse las pilas para llevar más representantes de "obediencia canaria" al Congreso, porque si no, no nos va a hacer caso ni Dios. No le falta razón. Pero esa unidad de acción del nacionalismo canario es una filfa. Les separan demasiados antagonismos personales y un insularismo beligerante de una parte de Nueva Gran Canaria.

El segundo gran asunto que tocó Rivero es que Canarias tiene más de dos millones cien mil habitantes. Su población se ha disparado -básicamente por la importación de mano de obra foránea- frente a comunidades como el País Vasco o Baleares. El aumento de población ha impactado en las cifras del paro, en la renta per cápita y en la alocada carrera de los servicios públicos, que han ido corriendo detrás de una creciente realidad que exigía más vivienda, más colegios, más sanidad y más infraestructuras.

En este tema también las soluciones son difíciles. La emigración, en pura teoría, es una fuente de riqueza para las sociedades. Y el crecimiento poblacional suele venir de la mano de procesos de expansión económica -y viceversa- como bien se puede comprobar en el hecho de que allí donde más han crecido los censos es en los municipios turísticos. Las tres islas más pobres de Canarias, las occidentales, se han convertido en geriátricos con una población envejecida y estancada.

Repensar Canarias no pasa por dejar de crecer. Ni por seguir ordeñando, si hay suerte, al Gobierno de turno. Se trata de que aprendamos a vivir de nuestros propios recursos. Y de que se reparta mejor la riqueza. Y de que se quede más de lo que nos dejan. Igual el asunto es demasiado nacionalista para los nacionalistas. Que me perdonen, pues.