El mundo, también nuestra sociedad, están caminando aceleradamente hacia una nueva realidad económico y social marcada por la inteligencia artificial, el Big Data, la ciberseguridad, la protección/pérdida de la privacidad, la lucha contra la desigualdad, las formas alternativas de organizarse y de participar... y nuestros políticos no solo no saben que hacer ante estos desafíos, sino que andan empeñados en pequeñas batallas internas donde se descubre la escasa talla de la mayoría de ellos. Y no hablo de las pequeñas miserias de muchos y de cómo las aprovechan los rivales, esa estúpida ambición que no conduce a ninguna parte, porque de eso ya se encargan ellos mismos todos los días. ¿Qué pensarán los ciudadanos cuando en las próximas elecciones generales tengan que elegir entre Pablo Iglesias, Pedro Sánchez, Albert Rivera o Mariano Rajoy? ¿De verdad alguno de ellos tiene propuestas diferentes para los problemas reales de la sociedad española, para los problemas de identidad, sociales y económicos, para la transformación y modernización de la sociedad? Iglesias y Sánchez han demostrado lo que explica la decadencia creciente de la izquierda europea: ni desde el populismo es posible gobernar -basta mirar los ayuntamientos "podemitas", sumidos en sus propios fracasos o la amenaza esa de "ni media tontería, Íñigo"- ni desde la carencia de programa y proyectos se puede impulsar otro tipo de políticas. Basar todo el cambio en el aumento de los impuestos y del gasto público es una receta que no solo ha fracasado siempre sino que nos conduciría a otra nueva crisis más grave que la que todavía estamos tratando de superar. Hacer del tancredismo la única política "activa", como hace Rajoy, y no querer hacer frente a retos como la organización del Estado o los de acabar con la desigualdad, dar soluciones a la política fiscal y a la de las pensiones y, sobre todo, hacer un país moderno mediante la inversión en I+D+i, apostando por la tecnología y transformando en una década el sector empresarial y económico español, es conformarse con practicar la vieja política y poner cada vez más distancia con los jóvenes que tienen que construir un nuevo país. Rajoy es un buen gobernante para tiempos de navegación tranquila, pero malo para tiempos de conflicto donde hay que tomar decisiones arriesgadas. Albert Rivera tiene un lenguaje más fresco y el viento de cara según las encuestas, pero todavía no ha demostrado nada ni en Cataluña, tras su victoria electoral, ni en sus pactos en Andalucía o Madrid, donde maneja estrategias diferentes, a veces de difícil explicación a sus votantes. Tampoco tiene experiencia de gobierno. En Cataluña parece haber optado por no hacer nada, esperando unas nuevas elecciones o ser la única oposición real a los independentistas. Podía haber retado a éstos con una investidura en la que poner encima de la mesa un programa de gobierno para todos los catalanes. Habría fracasado, pero habría dejado clara su voluntad de gobierno y su programa. El discurso político está vacío de contenidos y de novedades. Hacen falta proyectos y programas sólidos y, sin duda, cambios en los carteles electorales.