La corrupción en España no es un mal actual. Viene de antiguo. Se remonta a varios siglos atrás, donde la corrupción era muy típica también en gran parte de Europa, dominada por los poderes absolutistas de reyes y nobles.

La corrupción en nuestro país es un mal endémico y un mal sistémico, y cualquiera que entre en el sistema político deberá enfrentarse a ciertas situaciones de poder corrompido y corrupto difíciles de atajar. Sin embargo, el gran problema de la corrupción en España no es que todos los partidos políticos tengan algún caso de corrupción en su historia más o menos reciente -aspecto que ya de por sí es preocupante-, sino que la corrupción que antes se ceñía al ámbito político ahora se ha socializado.

En Europa los excesos de los poderes absolutistas se corrigieron a través de diversos cambios sociales que no se dieron en España. En este país nuestro gusta mucho la crítica, pero la crítica soez y zafia, la que afecta al ámbito personal, no la crítica razonada laboral, profesional o ética. Aquí triunfan programas de televisión que en otros países jamás lo harían. Tampoco tenemos una moral social, una moral colectiva, es decir: unas normas básicas de comportamiento, unos valores y una simbología socialmente aceptada por todos.

En nuestro país, no existe un sentimiento de pertenencia a España, salvo cuando la selección española de fútbol juega un Mundial o cuando Nadal juega un Roland Garros. Esto hace que los españoles no nos sintamos como un grupo, sino como un conjunto de individuos que comparten un mismo territorio, que es algo bien distinto. Debido a ello, cada uno va a lo suyo, intentando sacar el mayor provecho posible de una sociedad y de un estado que nos importa un carajo. Al preocuparnos solo de nosotros, los españoles cometemos actos de corrupción sin alarmarnos en exceso, ya que nuestro comportamiento moral solo debe obedecer a nuestros intereses particulares, no a los intereses del grupo, y así nos libramos de la conciencia ética. Como punta de lanza de la corrupción hay una tendencia que sobresale por encima de las demás: el amiguismo.

El amiguismo lo es todo. O casi todo. Favorecer a los amigos en perjuicio de otras personas, en especial en lo que se refiere al trabajo es el pan nuestro de cada día. Evidentemente, si yo tuviera a dos sujetos frente a mí y tuviera que contratar a uno de ellos, en igualdad de condiciones, elijo a mi amigo. Esta decisión puede ser criticada, especialmente por la persona no elegida, pero desde luego no representa ninguna controversia moral ni ética ni puede ser censurada: la persona tiene buen currículo, buenas habilidades y conozco cómo trabaja. El problema viene cuando elegimos a nuestro amigo a pesar de su incompetencia, que es lo que sucede con excesiva frecuencia. Incluso en el ámbito laboral, prima la "amistad" por encima de la "profesionalidad", hasta tal punto que lo que más se valora muchas veces en un trabajador no es que sea un magnífico profesional, sino que tenga "buen rollo". De este modo, solo valoramos y aplaudimos a nuestros amigos, no a los buenos profesionales, con lo que las empresas terminan llenándose de amigotes al tiempo que de incompetentes, lo que repercute en la productividad.

Nuestro país, España, ha perdido los valores sociales y, actualmente, está inmerso en un egocentrismo individualista inmoral e inculto que se vanagloria de ello. Por eso, resulta tan difícil erradicar la corrupción de nuestras instituciones y de nuestra sociedad, porque hay tantos casos y en tantos ámbitos que se convierten en ejemplo de actuación para jóvenes y mayores. De ahí que mucha gente aplique para su vida la máxima tan típica española de "para que se lo lleve otro, me lo llevo yo". Y por ese senderito caminamos: unos por la pasta y otros por los títulos, ¿verdad, Cristina?

Feliz domingo.

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