En nuestro inconsciente yacen restos de estructuras míticas, en el de Manuela Carmena el de la Gran Diosa Madre de la cultura minoica, que a notables antropólogos sirvieron para iluminar el matriarcalismo.

Su banda municipal sacada del arroyo de la pubertad, filamentosos en formación, experiencia, cultura, capacidad, siempre cuenta con la protección excesivamente maternal -incapaz de apreciar una sola fechoría en sus niños/as- de ella. Sus "sans-cullotes" alentaron incendiar Lavapiés, pero Carmena reiteró la indulgencia del confesionario.

Antes, asignó un determinismo biológico al macho impelido por naturaleza a la agresión, particularidad cromosómica que preserva santa a la mujer. O sea, biología en machos, cultura en hembras. Al poco de esto, la estadística: 22 madres y 3 madrastras habían matado a sus hijos.

A Carmena casó el jesuita Jesús Aguirre, futuro duque de Alba, que era experto en la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt. Algo ajeno a ella. Otros jesuitas célebres ardían de fiebre por redimir obreros. Eran los curas comunistas, se había consumado el concubinato entre el comunismo y la doctrina social de la Iglesia. Para ellos únicamente el obrero explotado monopolizaba la opresión. Sus pupilos de mayor virtud, como Carmena, se hicieron abogados laboralistas y pseudocomunistas. De no ser por el franquismo nadie hubiera tomado por progresista al movimiento obrero, menos todavía al momento de encarnar absolutamente lo antiguo y ya revocado. Se había dado el mayo del 68 (mujer, etnias, homosexuales?), Levinas (el otro, el emigrante), Hans Jonas (solidaridad animales), etc. Aquellos prescindieron de tanta complejidad, gracias a la imagen del obrero sangrante del colegio.

A diferencia de misioneros/as y ONG, la entrega de estos laboralistas exultaba mensaje y testimonio, incluso ellos mismos se vivían como ejemplo moral.

Carmena posteriormente se hizo jueza metiendo seguramente mujeres a la cárcel, que luego jubilada y retroalimentada de cristianismo, redimió con tiendas para ellas.

Ya en el ayuntamiento y con una tropa idónea para abatir porteros de discotecas al cierre, se consagra a los casos concretos, más personales y a los foros donde se dilucida lo más abstracto: el clima, la paz. Entre ambos polos: la deserción plena de la gestión municipal. Pero es donde descubre su oportunidad: pasar del testimonio moral a la tutela de las almas. Con su Escuela de Frankfurt municipal decide la educación y perfeccionamiento moral de los vecinos; con cinismo, desolada simplicidad y prohibiciones quiere crear el madrileño ecologista, feminista, asambleario, pacifista, laicista, animalista, peatón: ¡El hombre nuevo! ¡Por fin ha entendido el comunismo!, que apenas fue obrerista.