Mediaron exactamente ciento treinta y nueve años entre el nacimiento del judío alemán Albert Einstein (1879-1955) y el fallecimiento del británico Stephen Hawking (1942-2018), los dos grandes popes de la física contemporánea unidos para siempre en el 14 de marzo que, además, es la fecha en la que se celebra el número infinito -Pi (3,14)- el de Euler o constante de Napier, la base de los logaritmos.

La apasionante biografía del sabio de la silla de ruedas y el sintetizador de voz no dejó parcelas vacías ni materias pendientes; desde los veintiún años derrotó los peores diagnósticos de la esclerosis lateral amiotrófica y, con una voluntad de hierro y un celoso equipo médico, aplazó su muerte anunciada más de medio siglo. Casado en dos ocasiones y padre de tres hijos; titular de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas, miembro de la Real Sociedad de Londres y de las academias Pontificia de las Ciencias y Nacional de Estados Unidos; distinguido con numerosos premios y conferenciante en universidades y círculos culturales de medio mundo, fue el más notable de los divulgadores científicos de los siglos XX y XXI.

A la trascendencia de los teoremas formulados -en sociedad con Roger Penrose- sobre las singularidades espacio-temporales en el marco de la relatividad general, añadió una espléndida virtud didáctica que convirtió en best sellers asuntos hasta entonces tildados de áridos, y alertó conciencias y preocupaciones generales con lo que algunos detractores llamaron "profecías exageradas": la amenaza del calentamiento global para la vida en el planeta; la necesidad de abandonar la tierra y construir estancias en otros mundos; el valor de la inteligencia artificial y el riesgo implícito para la raza humana?

Efectivo propagandista del potencial astrofísico de Canarias -visitó en varias ocasiones el Observatorio del Roque de los Muchachos y el IAC-, Hawking hizo discurrir su carrera entre los rumbos y paradigmas de la física actual; por un lado la relatividad einsteniana, que implica a los grandes cuerpos en el universo, y, por el otro, la mecánica cuántica, que define el comportamiento de las partículas más pequeñas del cosmos.