El sol se despertó temprano. Invadió la ciudad. Reconfortaba caminar por las calles llenas de gentes, de vida. No era, por fortuna, un gentío. Se podía pasear sin agobio, sin prisas, hablar, pararse, saludarse, mirar. Y escuchar música. Música callejera. Música de la mañana luminosa ofreciéndose generosamente a los viandantes. El sol tibio del invierno agonizante bañaba los aleros, la torre vecina, los cabellos rubios de las criaturas que correteaban. En un cruce de calles, un conjunto musical preparando su concierto bajo el sol, en el limpio aire del mediodía. Algunos peatones se detienen. Conversan o ríen mientras esperan. Otros van o vienen. O leen, o descansan, ajenos al rito de las afinaciones. Hasta que suenan los primeros acordes. Como una floración. Como una bocanada de sonidos, de belleza derramándose. ¡Qué vibrar exacto el de la guitarra, con qué seguro toque lo hace el joven guitarrista y lo secunda el contrabajo mientras los demás instrumentos encauzan el torrente que brota de las cuerdas bien pulsadas! Me vino a la memoria, por contraste, el tiempo lejano de La Laguna que el poeta retrató "triste y silenciosa". Cuánto ha cambiado la ciudad hasta transformarse mágicamente en gozosa y alegre, bulliciosa y clara. Habrá que seguir arropando, digo yo, a los músicos en las calles laguneras. A los buenos. A los que te obligan con su arte a escucharlos. Unos con su guitarra, otros con su voz, o con la pianola o el caramillo o con exóticos instrumentos de percusión, o en grupos, como el que esta mañana ha alegrado un pedazo del perímetro noble de la ciudad. Además, enseñan a más de un transeúnte a escuchar. Saber escuchar música no es sencillo ni fácil. Que se aprecie lo que es y lo que no es buena música. La que reclama nuestra atención. La que nos frena y obliga a seguir su melodía ¿No es maravilla que unos niños les pidieran a sus padres una moneda para depositarla, con otras, en el estuche de la guitarra, abierto como un abrazo de amistad y gratitud?

*Cronista oficial de San Cristóbal de La Laguna