En cada capital o aldea la memoria colectiva guardará como ejemplar efeméride la jornada del 8 de marzo. Otra vez, este país nuestro se tomó tan en serio una convocatoria general y necesaria, le echó tanta decisión y coraje a su respuesta, sumó tantas voces, voluntades e ingenios a la acción que lideró el ranking mundial y los relatos de las manifestaciones españolas abrieron telediarios, programas de radio y portadas de prensa de medio planeta.

Se visualizaron y reivindicaron las causas pendientes en marchas impresionantes que rompieron los cálculos más optimistas y ridiculizaron las negaciones interesadas, las vanas pretensiones de boicot y las taimadas y fallidas reducciones que dejaron con las vergüenzas al aire a sus actores. Nadie pudo impedir la acción y todos debemos responder a sus consecuencias obligadas porque, ante la evidencia del éxito, el violeta lució en solapas impensadas y los mensajeros y mensajeras del miedo y los pacatos y pacatas recaderas se sumaron al imparable carro de las demandas, tras la humillante y pública descalificación por sus superiores y por la verdad que, por tozudez, se impone siempre.

Ante el éxito de la movilización femenina, resultan ociosos los números de participantes, según las fuentes y que, en todos los casos, actúan de modo interesado; cinco, seis o más millones de personas en las calles, paros en sectores sensibles de la economía, comportamientos responsables y desfiles ejemplares desde el Finisterre a Lanzarote, exigen un compromiso consecuente y una actuación responsable para sacar a España de la baja posición que ocupa en el Índice de Igualdad de Género de las Naciones Unidas.

Toca a los poderes públicos atender, con rigor y urgencia, estas demandas que no se circunscriben a los salarios justos y a las pensiones adecuadas al coste de la vida, a la erradicación efectiva de las sangrantes diferencias -Igual salario para igual trabajo, gritaron las mujeres y los hombres que las secundaron- y de la lacra trágica y miserable de la violencia de género, al pronto reconocimiento del trabajo doméstico y del cuidado en el hogar de menores, enfermos y dependientes. Mirar para otro lado y/o aplazar decisiones significa desperdiciar un tesoro y un ejemplo de vitalidad democrática que, durante una jornada inolvidable, convirtió Santa Cruz en una fiesta.