No se le puede negar su notable currículo como jugador y entrenador del Barcelona y su buen gusto por el fútbol de control y posesión, desarrollado con la mejor plantilla de la historia culé, y sus andanzas en Alemania y Reino Unido. Si le podemos negar, por pedante, cansino y excesivo, el apodo de "filósofo" que algún iluminado o humorista le atribuyó en una broma o borrachera. Y, por supuesto, ese rol de predicador de la independencia que le reconocen con el estómago sus compañeros de delirio.

La ideología independentista es legítima, y respetable, como todas que caben en una Constitución que garantiza las libertades y que, cumplidos los cuarenta años, necesita ajustes, ampliación de derechos y adaptación a las exigencias de los nuevos tiempos. Eso no tiene debate. Pero las aspiraciones lógicas de los secesionistas tienen un camino abierto y trazado; sólo hay que seguirlo con seriedad y respeto al espíritu y la letra de la ley de la que emanan todas las que rigen a cuarenta y seis millones de ciudadanos.

Guardiola -que fue un centrocampista astuto y el más tarjeteado de su época- está instalado en la mentira de la DUI, en la desvergüenza de apoyar acciones prohibidas por las leyes y las altas instancias judiciales y en la demagogia indocumentada de invocar derechos humanos en el procés catalán, la pantomima que, por distintas razones, tapa las corrupciones de la autonomía catalana, el enriquecimiento del clan Pujol y de todos los lacayos a su servicio.

Guardiola lleva el lazo amarillo y, con un cinismo repudiado por los mismos aficionados del equipo que entrena (Manchester City), se atreve a comparar ese símbolo de parte con aquellos que representan, sin mentiras ni imposturas, causas universales, desde la extensión de derechos a la lucha contra enfermedades y abusos que castigan los países pobres y desarrollados. Advertido por la federación británica, este apóstol de la independencia sigue con el trapito gualda, critica la falta de libertades en una democracia occidental homologada, mientras se tragó, y traga, cualquier crítica a un régimen dictatorial como el de Qatar al que sirvió, y sirve, animado por un colosal salario. Valoramos su oficio conocido, desconocemos sus haberes y saberes filosóficos y certificamos que tiene morro para dar y tomar o, mejor vender.