Durante su breve existencia, Rosario Weiss (1814-1843) fue más conocida por sus circunstancias personales que por sus habilidades plásticas, estimuladas y orientadas por Francisco de Goya, con el que compartió sus últimos años de vida y el exilio en Burdeos.

Hija de un orfebre alemán y de Leocadia Zorrilla, ama de llaves y, según rumores, amante del artista aragonés, mostró en la infancia aptitudes para el dibujo y una vena crítica que encajaba a la perfección con las estampas de costumbres y las humoradas que, como ejercicios de aprendizaje, copió bajo la tutela del maestro. Algunos autores la identifican como la modelo de "La laitière de Bordeaux", y todos apuntan los influjos goyescos en los encargos de las familias burguesas (algunos en El Prado), las estampas castizas y los exagerados y populares cartones que acentuaron defectos y vicios para la diversión del pueblo llano.

Comisariada por Carlos Sánchez Díaz y con la colaboración de entidades públicas y coleccionistas privados, la Biblioteca Nacional de España ha colgado -desde ayer y hasta finales de abril- un centenar de obras sobre papel entre las que destacan los retratos de su protector y maestro, del costumbrista Mesonero Romanos y de sus familiares; paisajes y visiones urbanas de traza audaz, composiciones y ornatos de puro divertimento y su interpretación personal de los "Caprichos" (hay una notable serie de setenta y siete ejemplares en la Hispanic Society de Nueva York que se atribuyó al genio de Fuendetodos) y una extensa, e intensa, colección de litografías de titularidad pública en la que acreditó tanto talento como buena mano.

Muerto Goya, la familia Weiss regresó a Madrid y Rosario la mantuvo con sus encargos particulares y su labor como copista en El Prado y la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que la agregó a su nómina de miembros de mérito en 1840.

Por encima de su breve y accidentada biografía -murió recién cumplidos los veinte y ocho años-, Rosario fue una luchadora tenaz en una actividad masculinizada, en una corte viciada por las felonías de Fernando VII y en una sociedad que negaba las oportunidades a la mujer y castigaba como excesos sus justas reivindicaciones.