Hace un tiempo, en el programa "El Hormiguero" de Antena 3, entrevistaron al actor Antonio Banderas, quien vivió en América algunos años. Entre muchos temas hizo referencia a las preferencias de los jóvenes por su futuro, pues un 95 % de los americanos querían ser independientes o autónomos, mientras en España ese mismo porcentaje se inclina por ser funcionario. Para los españoles es lógico pensar de esa manera porque el trabajo sería una perita dulce, en canario una papita suave, pues es comodidad, escaso compromiso y garantía de muchas horas libres, mientras que ser empresario autónomo equivale a estar sujeto al mercado, dedicar muchas horas, preocupación, no dormir y una enorme responsabilidad.

Actualmente ser empresario en España está mal visto; supongo que como en otras muchas profesiones existen algunos sátrapas explotadores, personajes sin escrúpulos que no tienen la menor caridad humana y se enriquecen a costa de la debilidad ajena, pero afortunadamente es una escasa minoría.

En mis años mozos fui empleado, empecé con algo más de doce años. Trabajé en sectores distintos y con treinta y cinco me independicé, así que conozco los dos lados de esta profesión. Como empleado me fue bastante bien, nunca tuve los problemas de trabajo que hoy se plantean, más bien lo contrario; varios empresarios intentaron hacerse con mis servicios, pero fui fiel a mi jefe hasta que falleció. Así que conozco bien las dos caras de la moneda, y puedo presumir de haber adquirido conocimientos sobre el tema.

Ser empresario independiente es un gran sacrificio tanto para uno como para la familia. Tu empresa es como un bebé que al principio necesita toda clase de cuidados, conforme va creciendo hay que tratarla con esmero y según se va haciendo adulta nunca puedes bajar la guardia. Se convierte en una gran preocupación y son muchas las veces que tienes ganas de tirar la toalla, pero el peso de la responsabilidad te lo impide, cargas con el futuro de tus trabajadores y sus familias, y por supuesto el bienestar de la tuya te obliga a seguir adelante. El sacrificio es eterno y somos los incomprendidos de la sociedad, y los políticos no entienden que sin empresas y empresarios el mundo de la economía desaparecería.

La cosa se complica en nuestro país, pues imperan las trabas burocráticas, el intervencionismo desmesurado y una carga fiscal interminable por el sinfín de organismos públicos que tenemos: nacional, autonómico, insular, municipal. Para tener un negocio de chochos y moscas debes pasar por las cuatro administraciones, así que esa sobrecarga de gestores, administradores y funcionarios es espeluznante. La iniciativa privada se ve envuelta en un amasijo de leyes, ordenanzas y normativas incomprensibles, y el exceso burocrático es de tal magnitud que hace imposible emprender o proyectar futuros negocios y, lo que es peor, mejorar o revitalizar los existentes. Un amigo acaba de tirar la toalla después de haber invertido casi 300.000 euros en su proyecto, pues para llevar a cabo el tipo de negocio que había ideado, tenía que vérselas con las imposiciones descabelladas de cada municipio, pues no existe una legislación adecuada a nivel nacional, sino que cada ayuntamiento está regulado a su manera. Un galimatías insostenible que aburre a cualquiera.

Creo que la voz del empresario se escucha poco, algo a través de los representantes de las organizaciones, pero no participa, como lo hacen otros colectivos, en la política actual. Si añadimos que el populismo se está adueñando de la situación, no sé dónde llegaremos. Es necesario que el empresariado despierte de este letargo y busque fórmulas para hacerse oír. España se ha convertido en un país de funcionarios y asesores con una clase política que ha encontrado la bicoca en excelentes sueldos y prebendas que va a ser muy difícil de eliminar. Tenemos una lista interminable de políticos, administradores y funcionarios más que Alemania, donde vive el doble de habitantes. Esto no solo es una aberración, sino una dolorosa masacre para las clases más débiles.

Pequeños y medianos empresarios y autónomos están soportando toda la carga económica del país; tienen ante sí el gran reto y la obligación de continuar con el progreso y aumentar las expectativas de futuro. Ahora no podemos permitirnos el lujo, como pretenden, de aumentar los cargos políticos y por ende los funcionarios.

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