Acabo de aterrizar en Ginebra, la tierra en la que discutían Voltaire y Rousseau acerca de la inteligencia y el sentimiento, de la razón y el fanatismo. De momento, para el mal del mundo, va ganando Rousseau. Al respecto pueden ver en Madrid, en el María Guerrero, una maravillosa, e incisiva, representación de esa riña entre filósofos; es La disputa, que protagonizan, con gran eficacia y enorme éxito, Josep Maria Flotats y Pere Ponce. La aconsejo vivamente.

Y Ginebra es también la tierra de la que provino la inteligencia de Jorge Luis Borges, el extraordinario argentino que hizo de la ceguera uno de sus argumentos de la curiosidad. Quiso morir aquí, y aquí está enterrado, en medio de esta bruma que es también un distintivo suizo de la prudencia, un instrumento propio de la discreción. Eso es lo que se dice: la educación suiza marca este país y lo defiende de la prisa del mundo, de su banalidad. Pero hay momentos en que uno duda de que sea así enteramente, pues nada más llegar al muy civilizado sistema de transportes y salir hacia la ciudad misma desde el tren silencioso y eficaz un tipo sin escrúpulos me dio un golpe adrede en el pecho, como si me quisiera lesionar, o matar, en el fútbol. Un amigo que iba a mi lado dijo: "Seguramente iba drogado". Pero dolió.

Ese amigo es un nuevo amigo, librero. Me ha traído aquí, desde el sol sin calor de Madrid, para que hable de libros con él y con Raúl Pissena, que también vino a encontrarme al aeropuerto. El librero se llama Rodrigo Díaz, nombre tan antiguo y tan español; pero no es El Cid, o en todo caso es El Cid peruano. Nació en Perú, hace casi medio siglo, estudió en la Unión Soviética (medicina. No llegó a acabar) y se vino a Ginebra en busca de otra vida. Sin dinero ni carreras, entró a limpiar en una librería, que ahora es la Albatros, de la que se hizo dueño. Rodrigo pidió un préstamo para quedarse con ella cuando los dueños, unos chilenos, decidieron volver a su país, hace veinte años. Un banco solidario alemán le dio un préstamo al 4%, "porque le gustó el proyecto", y aquí sigue. Vendiendo libros y haciendo que los escritores hablen de sus libros, de los propios y de los ajenos. Conoce a Doménico Chiappe, un gran escritor venezolano, que a su vez me conoce a mí, y por esas cosas latinoamericanas de la vida (yo también soy latinoamericano) aquí estoy, en Ginebra, a bordo del Albatros que maneja Rodrigo Díaz, el Cid de los Libros.

Y Raúl Pissena es venezolano. Su nombre es de raíz italiana, de Milán, de donde se fue a Caracas su bisabuelo. Tanto él como su mujer son antropólogos que dejaron su país hace dieciocho años ahora. Su mujer trabaja en un banco, él enseña español a adultos extranjeros. Navegan en una edad aún juvenil, él tiene 45 años, pero me lo dijo como si ya hubiera entrado en la definitiva madurez. Le dije que a esa edad casi todo empieza de nuevo, y que uno se acerca a la vejez sólo cuando ya no siente curiosidad. El mundo está abierto siempre, cuando no está cerrado por reformas, y hay que estar siempre alerta porque hay vida aparte de los empleos y aparte de las edades. Es la vida de los libros, la vida del arte, la vida de la amistad. La vida, en fin.

No sé si fui muy convincente al respecto, pero así lo siento. Estuvimos hablando, en el tren, de escritores, peruanos y venezolanos. Y yo les hablé de un libro que vine leyendo desde anoche y que casi termino en el avión. Se titula Madona con abrigo de piel, es del turco Sabahattin Ali y me fue recomendado este último jueves por la directora de Salamandra, Sigrid Kraus, que va a editarlo de inmediato. Ali nació en 1907 y fue asesinado 41 años más tarde por las fuerzas del mal reaccionario en Turquía. Ahora los jóvenes turcos lo han adoptado como una manera de manifestarse contra el reaccionario Erdogan y lleva vendidos, de la más reciente edición, un millón de ejemplares. Es un libro contra la arrogancia, un libro triste a favor de la felicidad.

Así que de eso estuvimos hablando, y de eso hablaremos esta tarde, a bordo del Albatros de Rodrigo, el Cid de los Libros.