La cuestión catalana no dará fin: continuará enquistada y siendo pesadilla de los gobiernos centrales de turno si no se es capaz de llegar al encuentro, si no se considera al "Otro", a Cataluña, como sujeto histórico con la misma relevancia que tienen otros con capacidad legislativa, hoy vigente, para decidir qué hacer con este o aquel territorio. De continuar en ese mismo escenario de desencuentros, el futuro de los que controlan el poder y de los desposeídos de él será incierto.

Durante la segunda mitad del siglo XX, dos tercios de la humanidad se liberan de la bota colonial y se convierten en ciudadanos y en estados. Poco a poco esas personas que viven en un territorio concreto descubren su pasado, que estaba emboscado y desvirtuado, así como sus mitos, sus leyendas, de ahí que cuando las descubren se sienten orgullosos de ellas.

Esos hombres y mujeres comienzan a sentir que son ellos mismos dueños de su destino y les resulta ingrato que otros los mangoneen y decidan como si continuaran siendo víctimas de un antiguo dominio ajeno.

La historia de los pueblos según quien la escriba y trasmita es una u otra para el que, perplejo y con ganas de conocimiento, espera impregnarse su memoria y conciencia con todo aquello que se le está suministrando por los distintos medios de camuflaje cultural que existen.

Cataluña tiene su historia y sus historias, y, según quien nos la cuente, podemos posicionarnos de un lado o de otro, de los nacionalistas o de las gubernamentales centrales; de ahí que el quid de la cuestión es establecer un nexo que considere a unos y a otros dentro de un escenario de mutuo entendimiento.

Y para llegar a ese deseado diálogo tiene que existir una condición previa que lo facilite, y no es otra cosa que la "voluntad" y la disposición de dirigirse al "Otro" para ir a su encuentro y entablar con él una conversación. Y aunque en estos momentos se está reaccionando con desconfianza y esgrimiendo las armas de leyes y constituciones, ese no es el camino: será una senda inconclusa hacia una cuestión irresoluble.

No hay que levantar vallas y muros. Si aparecen hay que romperlos con la inteligencia traducida en palabras de acercamiento en aras de solucionar la cuestión territorial del estado, que ahora, como antes, fue Euskadi, y tiene su virulencia afincada en Cataluña.

Y esto no ha hecho mas que empezar. Hay voces en Baleares, en Andalucía, en Valencia, nuevamente en Euskadi y en Canarias, donde, ante la indecisión de legisladores y timoratez del Gobierno central por no adoptar acercamientos políticos sobre cuestiones sangrantes de estos territorios, el mapa territorial estatal puede ir camino de un nuevo diseño, que si se pretende el acomodo que nos pertenece, se tiene que asimilar por el "Otro" que también existimos.