Tengo un enorme respeto por la política; ayuda a mejorar la vida de los pueblos, acentúa el carácter democrático de las sociedades; genera igualdad entre los ciudadanos; asegura la justicia social. Y, además, extrema el control de los desmanes en los fondos públicos, cuyo control ha de ser transparente. Por otra parte, mantiene el imperio de la ley y genera leyes que pueden mejorar el destino de los países.

Naturalmente, porque está en manos de los hombres y éstos son falibles, y no infalibles, hay políticos que desmerecen todas esas normas hasta extremos canallescos, y por eso son, generalmente, acusados, investigados y, si son hallados culpables ojalá que por jueces independientes, encarcelados. El caso de la democracia española, puesta a prueba, como cualquier democracia, ante tales desmanes, ha llevado y lleva a la cárcel a numerosos políticos que no tienen en cuenta el destino y los objetivos de los trabajos públicos para los que fueron elegidos por los ciudadanos.

De modo que estoy en contra de los que hacen burla y mofa de los políticos con el argumento, que me parece altamente falaz e inconveniente, de que todos los políticos son iguales. Ni lo acepto ni lo aconsejo, por muchísimos motivos, pero sobre todo por uno que me parece que nuestra generación debe poner sobre la mesa de inmediato a la hora de defender el ejercicio de la política: ya tuvimos noticia, tantas veces cruel y desmandada, de lo que suponía la ausencia de política y de democracia. La dictadura fue un periodo horrendo en el que mucha gente disfrutó de bienes y servicios que estaban fuera de todo control público. Y eso tuvo consecuencias sociológicas y, naturalmente, políticas que han sido dañinas no sólo para nuestra convivencia posterior en democracia sino para nuestra educación civil.

Así que apoyo la política porque, además, nos permite discrepar abiertamente de lo que hacen los políticos. En tiempos recientes la política española ha sido descalificada por errores que han desatado investigaciones judiciales y encarcelamientos; pero no todas esas actitudes, controladas, acertadamente o no, por las leyes y los jueces, son de cárcel o de investigación, sino que son propias de la estupidez de los seres humanos que ejercen la política y que son elegidos se ve que desacertadamente.

En el tiempo más reciente está el caso del director general de Tráfico que, en lugar de ocuparse directamente de la carajera que se armó en su departamento cuando nevó tan abundantemente en la región de Madrid, se quedó en su hermosa ciudad de Sevilla disfrutando alegremente de las bondades del clima y del partido Sevilla-Betis.

Y ahora ha pasado otro desmán de político, que no tiñe del todo a la política, no puede hacerlo, pero pone contra las cuerdas la sensatez de otro servidor público, en este caso también del Partido Popular. Se trata de un consejero de apellido Izquierdo, que actúa con ese nombre al frente de un departamento que procura la igualdad de los ciudadanos en la Comunidad de Madrid. Este señor, en respuesta a su oponente político, Ángel Gabilondo, del Partido Socialista Obrero Español, explicó que para él existen "niños pobres y niños normales".

Esa identificación sobrada del señor Izquierdo no lo sitúa en la derecha más rancia sino que lo lleva exactamente al otro lado de la barrera de la política, pues la política existe precisamente para que no se hagan esas distinciones, y sobre todo para que no existan.

No hay niños pobres y niños normales; y el objetivo de la política es que no los haya pues no hay época en la vida en la que la igualdad no sea más imperativa. Yo fui niño pobre, y en aquella época todos los niños de mi barrio éramos niños pobres, pero nosotros no lo sabíamos, aunque hubo signos como el que ha lanzado el señor Izquierdo para darnos cuenta de que no éramos iguales a los niños ricos. Pero éramos tan normales como los niños ricos, y nadie nos dividía en las calles o en las clases. Éramos niños.

Esta distinción que está en la cabeza del señor Izquierdo es lo que no soporto en la política. Pero lo puedo decir. Sin política hay dictadura y probablemente eso nos hubiera llenado de señores Izquierdo a los que no les podría ni toser.