Entre nuestras pérdidas, Dolores Campos-Herrero, invencible sonrisa de nuestros tiempos, del periodismo y de la literatura, juntos y por separado. Murió hace una década y estamos más solos.

La soledad en que nos dejan personas así no es tan solo la soledad física, la imposibilidad de tomar el teléfono y escuchar al otro lado su voz dulce, su humor tranquilo, su generosidad que no conocía muros.

No es esa soledad tan solo, no es esa soledad tan dura. Es la ausencia de su manera de ser, que era excepcional; Dolores era periodista, y era generosa con los otros periodistas, se quitaba de la mano el cuaderno para que tú lo compartieras. Y como escritora no le quitaba el sitio a nadie: al contrario, le guardaba el sitio, le hacía sitio a los otros, hacía que los demás cupieran en sus programas de televisión, en sus páginas, en los actos que organizaba.

Era, en ese sentido, como en la amistad, un ser excepcional que la cultura periodística y literaria echa de menos aunque no se diga. Era, como algunos maestros del pasado, quien repartía lecturas, aconsejaba, estaba pendiente de los demás con sentido y profundidad, era alegre pero no era frívola, era tenaz pero no presumía, y era también una buena hermana. Las hermanas a su lado se sentían inútiles, eso decían, porque ella era capaz de hacerlo todo.

De modo que el hueco de Dolores era muy difícil de llenar y me temo que nadie lo ha podido llenar; al menos, como es natural, nadie jamás lo ha podido llenar con esa dedicación y esa delicadeza con la que ella lo llenaba.

Ahora florecen, en buena hora, homenajes a Dolores en los momentos póstumos, en el décimo aniversario de su muerte. Y entre esos homenajes destaco uno, extremadamente útil y muy generoso: el que le dedica Ediciones La Palma, que inspira la impar Elsa López. Es un volumen antológico de algunos de sus libros y se titula Historias de Arcadia y otros cuentos.

En el prólogo de ese libro, Santiago Gil, el excelente narrador grancanario, regala este perfil de Dolores, bajo el título La mujer que sueña siempre: "El título de este prólogo lo he copiado de Venecia sin ti, uno de los cuentos incluidos en esta antología. En esa narración el personaje comenta que La mujer que sueña siempre sería un buen título para una historia. Y eso es lo que era Lola, una mujer que soñaba y que curaba heridas a través de las palabras, alguien que se empeñaba en rehacer lo que el azar a veces crea de forma injusta y equivocada. Escribiendo inventaba otros mundos para que se mundo fuera mucho más habitable".

Y tanto que hizo más habitable el mundo. El mundo se hace más habitable cuando le haces sitio a los otros, y ella siempre tuvo los brazos abiertos, para que los demás tuvieran sitio y para que todo lo que hizo fuera colectivo.

Ahora que la recuerdo, y la recuerdo abriendo sus aventuras, periodísticas, culturales, a los otros, recuerdo el nacimiento, en EL DÍA, de Tagoror Literario. Nació porque dejaba de existir, en La Tarde, nuestro competidor, Gaceta semanal de las artes, que hacía Pedro González con Enrique Lite. Los amigos de entonces (Alberto Omar, José Luis Toribio, Fernando Delgado, Julio Pérez Hernández, Luis León Barreto?) nos pusimos sobre la idea de hacer una revista (¡una página!) que se compaginara con otras aventuras similares que entonces ya había en toda España y que también existía en la prensa grancanaria.

No quisimos hacerlo sin avisarle a Pedro González, y no quisimos hacerlo para que sobresaliera nadie. Había un coordinador, porque si no eso no se podía hacer en un periódico, pero de una manera u otra fue un trabajo coral, en el que todos intervenían, con sus textos, sus dibujos o sus sugerencias. Recuerdo que el nombre, de raíz tan guanche, fue objeto de mofa por parte de quienes ahora no podrían hacerlo, y pronto fue, además, uno de los diseños más mimados por este periódico: lo preparaba para imprimir Juan Pedro Ascanio, el legendario comunista, que también hacía la portada del periódico. Él hacía una pausa entre el periódico y el Tagoror: se tomaba un helado, y luego hacía lo nuestro, que era también lo suyo.

Todos aquellos compañeros asumieron como un colectivo el nacimiento y el crecimiento, o la prolongación, de Tagoror. Hubo otras aventuras, más ambiciosas, sin duda, como Syntaxis de Andrés Sánchez Robayna o Liminar de Juan Manuel García Ramos, pero aquella en prensa fue nuestra iniciativa común, que coexistió aquí con las Letras Canarias de Elfidio Alonso.

Para nosotros en Tagoror hubo un espejo, la Gaceta de arte de Eduardo Westerdahl, que fue producto, en su caso, de un admirable colectivo que pasó a la historia de la cultura canaria como la obra de un terceto irrepetible: el propio Eduardo, Domingo Pérez Minik y Pedro García Cabrera, que iban juntos a todas partes.

En los medios de raíz grancanaria, y una década después, Dolores Campos también abrió su mano a todos. No quedó un escritor que no pasara por sus programas o por sus actos, o al menos ninguno quedó al margen porque le cayera mal o porque ella tuviera la manía del veto, tan abundante, por desgracia, en el mundo en el que se desarrolla la cultura. Y eso la hizo imprescindible como mujer orquestadora del trabajo ajeno.

Creo que todo lo que hizo estuvo signado por la generosidad, que en ella destacó como una manera de ser también profesional, y por su sentido del humor, que animó a los otros hasta cuando ella no tenía ánimo. Ella sabía que el periodismo no se podía hacer en soledad. Y fue una mujer orquesta. Su música nos sigue enseñando a bailar juntos.