La leyenda de Pablo Iglesias empezó con ese perfil extraordinario que le daba la coleta y con el aura de profesor universitario joven y felizmente ennoviado con Tania Sánchez, una compañera comunista que militaba en el partido al que Iglesias ponía a parir por triste y por fracasado.

Tania se fue de Izquierda Unida jurando que no entraría jamás en Podemos. Pero entró. Entró ella y algo después entró también Izquierda Unida. De alguna manera no juró en falso. El amor dura lo que dura y la relación con Iglesias se enfrió. Luego apareció Irene Montero. Empezaron a decir que su chico no era otro que el mismísimo líder del partido. Y lo que era rumor se hizo realidad. Y Pablo Iglesias, que había pasado por la pulidora del nepotismo a Ana Botella, señalándola por ser la mujer de Aznar, promovió el nombramiento de Montero como portavoz en el Congreso jubilando a su amigo, Errejón, al que apartaron por revisionista y sentaron en el gallinero del Congreso. Allá atrás y arriba, junto a la silenciosa Tania.

Ahora, un magistrado, en una revista judicial de corte conservador y escondido tras el bucólico seudónimo de El Guardabosques de Valsain, ha vinculado la carrera política de Montero con la "inquieta bragueta" de Iglesias. Y pese a las risas y aplausos que el pésimo poema ha levantado en algunos sectores antipodemitas, no puede ser más necio. Porque Iglesias, al anteponer Aznar a la figura de Ana Botella, y todos los hoy que desprecian el talento ácido de Montero, no es que sean machistas, es que son idiotas. Botella y Montero, a kilómetros ideológicos de distancia, han demostrado, para lo bueno y para lo malo, unas cualidades políticas que no necesitan de maridazgos. Son vitriólicas sin ayuda de nadie. Pero este país está perdido para la causa del sentido común. Todo es de un apestoso sectarismo. A la candidata catalana de Ciudadanos, Inés Arrimada, le dedicaron también un infame poema que despertó aplausos de los que consideran el de Irene Montero una afrenta.

Es un hecho que a Carolina Bescansa la mandaron al mismo trastero que mandaron a Errejón. Ninguno de los dos creció por vía vaginal ni apagaron su estrellato por otra cosa que no fuera la disidencia intelectual. Errejón consideró un gravísimo error que Podemos abrazara el comunismo abandonando la idea de ser un partido de todas las ideologías, un movimiento de los descontentos con una democracia secuestrada. Bescansa calificó como lo que era, un disparate estratégico, los equilibrios realizados por la dirigencia con el tema de Cataluña, donde después de un periodo de costoso coqueteo con los independentistas terminaron con el partido deshecho y cosechando un duro correctivo electoral. A los dos les cortaron la cabeza.

¿Nepotismo? ¡Qué va!. Iglesias no permite disidencias en el pensamiento único de Podemos. Los tontos que creen que piensa con la bragueta deberían estudiar un poco más.