A esta tierra de arribada llegan muchas especies foráneas. Algunas prosperan. No estoy hablando de las grandes cadenas hoteleras, sino del rabo de gato. Pero a la gran mayoría las mantenemos bajo control. Si supiéramos la cantidad de fauna ajena que forma pequeñas colonias en zonas de Canarias -desde serpientes hasta alacranes-, se nos pondrían los pelos de punta. Pero afortunadamente son pequeñas intrusiones que acaban en nada.

Para delicia de los tabloides sensacionalistas británicos, se ha encontrado una especie de mosquito, de nombre impronunciable, en Fuerteventura. Un insecto cuya hembra es capaz de transmitir enfermedades peligrosas como el dengue o la fiebre amarilla. Gracias al sistema de vigilancia y control implementado, entre otros, por pioneros como el profesor Basilio Valladares, el responsable y alma máter del Instituto de Enfermedades Tropicales, el mosquito ha sido detectado y previsiblemente será una más de esas alarmas que saltan a tiempo y que provocan más ruido que nueces. Un ruido mediático para el que nos las pintamos solos a la hora de pegarnos tiros en la pata del turismo.

Pero también existen especies peligrosas para los canarios en el exterior. No sé si los ministros godos están clasificados dentro del género de los culícidos, pero su picadura puede ser mortal para los habitantes de las Islas. El titular de Fomento, Iñigo de la Serna, hincó esta semana su trompa en el torrente sanguíneo de la ignorancia para referirse a las subvenciones al transporte aéreo de los canarios con la Península. Se equivocó de cifras, manejó datos erróneos, pero, sobre todo, vino a decir que a otros ciudadanos, como los de Cantabria, volar a Madrid les sale la yema de uno y la clara del vecino.

Una isla es un territorio rodeado de agua y de ministros por todas partes. Para viajar desde Cantabria a cualquier punto de España existen carreteras, autobuses y trenes subvencionados. Hasta un político miope y centralista debería saber que las condiciones de un archipiélago lejano están marcadas por hechos que encarecen la vida y limitan el desarrollo de sus habitantes, desde los transportes a la obtención de energía. Hasta una institución tan mastodóntica como la Unión Europea ha recogido el estatus de esos territorios poniéndoles un nombre rimbombante -regiones ultraperiféricas- y dándoles ayudas específicas.

Personalmente creo que nos vendría bien que un día nos destetaran. Que la especie de los ministros godos tomaran el poder y nos aplicaran la dolorosa medicina de aprender a valernos por nuestros propios medios. Pero esta sociedad se mantiene en el acuerdo de ayudar a los más desfavorecidos, en el principio de la solidaridad y la cohesión social. Ese principio está al alcance de cualquier cerebro, incluso el de un mosquito. De momento seguiremos luchando penosamente por arrancar otra dádiva de Madrid. Es nuestro sino: colocarnos año tras año a la salida de los consejos de los señores ministros con la mano extendida y la mano en el mar para coger naranjas.