Hay comparaciones especialmente odiosas. País Vasco, dos millones ciento y pico mil habitantes. Redondeando, los mismos que Canarias. PIB vasco, 69.000 millones; PIB canario, 42.000 millones. Exportaciones vascas, 22.000 millones; exportaciones canarias, apenas dos mil cuatrocientos millones. Para que digan que el mayor autogobierno no funciona.

Esta foto lo dice casi todo. Y explica que, como volvía a publicar ayer la prensa, el salario medio del País Vasco esté a la cabeza del Estado, con unos 2.100 euros brutos mensuales, en comparación con las Islas Canarias, que se encuentran a la cola con una enorme masa de salarios que apenas superan el mileurismo.

Frente a quienes consideran que la economía de Canarias funciona de una forma saludable, los datos nos dicen que no. Que algo malo sucede cuando pones todos los huevos en la misma cesta y cuando ocurre que esa cesta, además, está protagonizada por empresas foráneas.

Llevamos décadas anclados en un modelo que no cambia pese a las mejores intenciones. Probablemente no sea fácil equilibrar las actividades en este archipiélago lejano y sin recursos naturales. Aquí no se puede soñar con una potente industria, ni con una agricultura poderosa. Porque no tenemos materias primas, porque los costos del transporte nos estrangulan y porque carecemos de suelo y agua abundantes. Pero si nuestro monocultivo es la venta de servicios turísticos y el comercio, nuestra fiscalidad debería orientarse precisamente a la expansión de estos sectores. La Canarias librecambista ya no existe y estas islas no son, a ningún efecto, un territorio de compras baratas.

La estructura salarial de las Islas, además, es un páramo. La existencia de una enorme masa de trabajadores descualificados que esperan por un trabajo ha derrumbado los sueldos. Y el efecto llamada de la hostelería y la restauración ha propiciado la presencia de un importante porcentaje de contratos -ciento dieciocho mil el pasado año- que se realizan con mano de obra procedente del extranjero. Y eso por no hablar de que en el mundo del turismo una gran cantidad de pequeños negocios son puestos en marcha por emprendedores de otras latitudes porque, al parecer, seguimos siendo unos pasmados.

Cada vez que sale una estadística salarial, el retrato de nuestra tierra es penoso. Y no mejora. No sólo porque tenemos aún cerca de un cuarto de millón de parados -y una poderosa economía sumergida-, sino porque los sueldos de la gente no dan y el costo de la vida nos come por las patas. Y todo eso con un sector público que la autonomía ha engordado convirtiéndolo en una máquina de gastar que devora más y más recursos.

Vivimos en una burbuja. El éxito del turismo en estos años está basado en los bajos precios del combustible y en la inseguridad de países mediterráneos competidores. Alguna vez las aguas volverán a su cauce y nuestra relativa prosperidad, basada en un permanente crecimiento turístico con tasas insostenibles, acabará bruscamente. El tiempo pasa y no cambia nada. Y cuando todo cambie, nos cogerá, otra vez, con el culo al aire.