Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.

Albert Einstein

Nuestros genes son inteligentes, el resto depende de nosotros. La mayoría de los estudios sobre el ser humano se centran en la inteligencia, en nuestra capacidad intelectual, de razonamiento e incluso en las emociones. Somos increíbles, podemos hacer cosas maravillosas. No hay más que ver National Geographic o Discovery Channel ¿A que somos geniales?

Pero los humanos en ocasiones, bastantes más de las que pensamos, hacemos cosas realmente estúpidas, como pegar la lengua a un polo de hielo o meternos en una crisis económica global.

Por eso, y sin dejar de valorar los estudios sobre la inteligencia humana, quizás sería también útil estudiar lo opuesto: la estupidez humana. Al menos esto es lo que concluyeron dos investigadores, Andre Spicer y Mats Alvesson. En sus estudios, llevados a cabo desde Londres y Lund, en Suecia, investigaron cómo prestigiosas empresas, consultorías o bancos abordaron la crisis financiera que vivimos desde 2007.

Su estudio no pretendía descubrir lo que halló. De hecho, su hipótesis trataba de apoyar lo que estas instituciones habían hecho. Pero no fue así. Miles de expertos altamente cualificados, gobiernos, bancos centrales y muchas otras, estructuras financieras o similares, sobradamente preparadas, hacían caso omiso de la avalancha que tenían encima. Lo que viene a ser, para entendernos, como si los bomberos tuviesen todos los medios, estuviesen en el lugar y aun así vieran, apaciblemente, cómo ardía la casa hasta los cimientos.

Su estudio concluye con todo lo contrario a lo que se esperaba. Las organizaciones que actuaron de forma más estúpida fueron precisamente las que se suponía que eran más inteligentes. Habían incorporado a sus estructuras a gente muy preparada, los mejores, ¡y les pidieron que valoraran más su intuición que su capacidad de análisis! Lo que provocaron fue una separación intelectual y emocional entre las decisiones de estos individuos y sus consecuencias.

Podemos pensar que estas personas debían tener una fantástica intuición, pero esto sería como pedirle a un meteorólogo que prediga el tiempo mirando al cielo. Es de suponer que estará más capacitado que quien no tiene esa profesión, pero no trabaja para la Agencia de Meteorología por su intuición, lo hace por su preparación y titulación académica.

Ocurre lo mismo con otras muchas cuestiones. Es el caso del racismo. Si la edu-cación y el sentido común no nos convencen de lo estúpido que es, quizás la ciencia pueda hacerlo. Las evidencias científicas prueban fehacientemente que los prejuicios, el racismo y la intolerancia están fuertemente asociados a individuos con una gran rigidez cognitiva, poca flexibilidad de razonamiento y una pobre capacidad de integración mental.

Una pobre habilidad cognitiva predice mayores prejuicios. Un efecto que se en-cuentra mediatizado por ideas autoritarias y un nivel bajo de contacto con grupos externos al propio.

En sociología y en psicología social, un grupo externo es un grupo con el que el individuo no se identifica como miembro. Tener poco contacto con grupos externos puede estar correlacionado con determinadas formas de racismo o fobias.

Aunque puede resultar sencillo y de sentido común, esta teoría resulta bastante innovadora en psicología. A pesar de su relevancia para las conductas y las relaciones interpersonales, las habilidades cognitivas han sido ignoradas para explicar los prejuicios.

Al parecer, la ciencia ha conseguido probar la conexión entre la intolerancia y la inteligencia. O al menos con la carencia de ella. Y quizás la única explicación que cabe a la estupidez humana es comprobar cómo la inteligencia y preparación que indudablemente muchas personas tienen se pueden oscurecer a las primeras de cambio.

Mi abuelo a eso lo llamaba soberbia.