Las hermanas de Dolores Campos Herrero, la excelente escritora, que hace diez años nos dejó por las sombras, se llamaban "inútiles" a sí mismas, pues la que valía en la familia, decían de broma, era la poeta, esa persona excepcional que fue Dolores. Ignoro si ellas habrían leído La utilidad de lo inútil, el hermosísimo libro del italiano Nuccio Ordine publicado por El Acantilado en 2013. En ese libro, el audaz optimista, el poeta y filósofo, el hombre de letras apasionado y genial que es Ordine, expone sus ideas rabiosamente literarias sobre la vida como consecuencia de lo que parece más inútil de todo y, sin embargo, algo sin lo cual no podríamos subsistir: el saber.

Ese bellísimo libro (al que ahora añade uno nuevo, Clásicos para la vida, en la misma editorial) es un manifiesto poético a favor de la filosofía. De ese libro dijo Fernando Savater, en el que se combinan también la audacia de leer y de defender "lo inútil": "Algunos impenitentes agradecemos a Nuccio Ordine su manifiesto La utilidad de lo inútil, en el que repasa las opiniones de filósofos y escritores sobre la importancia de seguir tutelando en escuelas y universidades ese afán de saber y de indagar sin objetivo inmediato práctico en el que tradicionalmente se ha basado la dignitas hominis".

Cuando leí el libro me imaginaba a Ordine metido en las oscuridades de las bibliotecas, obsesionado por saber más de los libros que de la vida. Hace meses lo conocí, en Málaga y en Vejer de la Frontera, en Cádiz; es una persona completamente distinta a la que vislumbré cuando disfruté con pasión de ese manifiesto en el que se dan la mano Kant y Platón, David Foster Wallace y Cioran, disputándose todos ellos, filósofos o narradores, poetas o pintores, antiguos o modernos, la espléndida tarea de hacer útil lo inútil.

Y Nuccio Ordine me dio la impresión de un hombre que ama la vida y lo expresa porque su entusiasmo de vivir viene del amor por esa utilidad de lo inútil que defiende en su libro. Hablamos, comimos (en el restaurante donde hacía su vida Camarón de la Isla); lo vi entusiasmarse con las piedras, con las flores y con los pescaítos fritos y en seguida le pedí que viniera a Tenerife a hablar de lo que sabe ante un auditorio al que vengo cada año, gracias a la generosidad de Alberto Delgado y de Álvaro Marcos Arbelo. Hace años me encomendó la Fundación Cajacanarias una serie de conversaciones, a las que por ejemplo vino el maestro Emilio Lledó, ferviente admirador de ese libro emblemático de Nuccio Ordine.

Cuando conocí a Nuccio me pasó como cuando me encontré con Rafael Azcona: le conté a mucha gente este descubrimiento. Y se lo dije a un escritor al que admiro muchísimo desde que empecé a leerlo. Ese escritor es Manuel Rivas, gallego que no conoce la maldad, escritor que no conoce la vanagloria, ni la gloria vana, y que no se ha movido un ápice, a pesar de sus éxitos literarios (desde La lengua de las mariposas, por ejemplo, un libro que tanto bien ha hecho), de la sencillez con que trata las palabras y la vida. Resultó que él también era un lector, y un admirador, de Nuccio, cuyo nombre verdadero es Diamante.

Y entonces le propuse a Rivas que acompañara en el viaje isleño a este autor italiano. Y dijo que sí. Así que ahora tendremos, este jueves, en el auditorio de la Fundación Cajacanarias, hablando de la condición humana y de la inutilidad del saber, a Manuel Rivas y a Nuccio Ordine, y a mi me cabrá el honor de introducirlos. La casualidad quiere, por otra parte, que esto sea el 25 de octubre, un día después de que Manolo Rivas cumpla 58 años, y unos meses más tarde de que Diamante haya cumplido la aún juvenil edad de 59 julios.

A estos dos inútiles, lo que son las cosas, los miro como si fueran chiquillos, rejuvenecidos siempre por la poesía. Me gustaría mucho que nos encontráramos allí.