En estos días que he pasado en Arona siguiendo los pasos de Almudena Grandes, la autora de "Los pacientes del doctor García" (Tusquets), me he acordado de una maratón parecida, la que viví hace más de cuarenta años como enviado especial de EL DÍA al viaje ritual que hizo a Tenerife el entonces príncipe Juan Carlos con su esposa, doña Sofía.

Almudena Grandes es escritora de largo aliento; sus novelas son en sí mismas maratones que transmiten evidencia de calidad literaria y de esfuerzo narrativo; no hay nada en ella que no sea creíble, aunque sean ficciones, pues lo que construye es siempre verosímil desde el punto de vista histórico porque ni juega con las palabras ni hace que los personajes se salgan del cumplimiento de lo que son las leyes de la vida. Como hace Pérez Galdós, su modelo, pone un espejo al borde de la historia y resalta de lo que ve los rasgos humanos, rabiosamente humanos, de la historia.

En este libro nuevo, "Los pacientes del doctor García", te introduce en la vida diaria de la guerra civil española, en Madrid, de la mano de un doctor, de sus pacientes, de sus amigos y de sus enemigos, como si te llevara a la cocina, a las habitaciones, a las discusiones, a los amores y hasta a las trasfusiones de sangre, como si estuviera narrándote desde aquella época los sabores (y sobre todo los sinsabores) de las vidas de los numerosos protagonistas.

La novela salió hace un mes y ya es un tremendo éxito de ventas, alentado además por el esfuerzo de promoción que hacen Tusquets y la propia Almudena. Conozco pocos escritores (españoles o extranjeros) con tanta capacidad para quitarse de encima el ego habitual de los autores para dedicarse a sus lectores, para hablar con ellos, para firmarles ejemplares, y para hacer todo eso que se hace en promoción con una sonrisa en la boca.

De eso modo, hablando con todo el mundo y siempre con una sonrisa en la boca, con una dedicación inteligente a la memoria de su obra literaria y también a la actualidad, ha estado Almudena en Arona con estudiantes, periodistas, profesores, fans y todo tipo de personas que se le han querido acercar. Llegó siendo Almudena Grandes y terminó siendo Almudena para todos, una ciudadana escritora que además es una mujer como otra cualquiera, a la que no se le caen los anillos ni por la popularidad ni por la fama. La trajo el Ayuntamiento de Arona para inaugurar, con Martín Chirino, una iniciativa que marca una época en la ciudad y en sus barrios: Arona del arte y la cultura, promovida por su alcalde, José Julián Mena, y por su concejal de Cultura, Leopoldo Díaz. Chirino no pudo venir; mandó a su hija Marta, artista también, y sobre todo envió, a través de su fundación y de otros coleccionistas, una exquisita muestra de su arte escultórico. Y vino Almudena, claro, con su libro y con ese maratón de esfuerzo que supone su relación con el trabajo y con la vida.

Le seguí a todas partes, como seguí, salvando las distancias, pues ella es republicana y jamás quería ser rey ni reina, al príncipe que luego reinó. Juan Carlos de Borbón fue a todas partes, en todas partes hicieron él o los suyos (Adolfo Suárez, que pellizcaba a las chicas: es lo que se decía, y Alfredo Sánchez-Bella, que decía tantas tonterías que Suárez estaba encargado, también, de anularle el micrófono) discursos abominables. Una cosa que me llamó la atención de toda aquella parafernalia era la vigilancia a la que sometían los lavabos, a los que nadie podía entrar por si la pareja principesca sentía necesidades fisiológicas que no podían compartir con nadie.

Por supuesto, Almudena es miembro muy evidente de la plebe llana, y así se comporta, y no requiere cuidados especiales, más allá de los muchos que les procuró el ayuntamiento. Lo que sentí a su lado estos días y que comparo con lo que me pasó entonces con Juan Carlos y Sofía fue una pulsión que entonces cumplí. En el viaje de hace cuarenta años, una maratón, llevé conmigo una máquina de escribir y folios en abundancia. Iba con el fotógrafo Jorge Perdomo, que conducía su deportivo rojo a toda velocidad; y yo escribí allí dentro del vehículo todas las impresiones que producía la maratoniana excursión de los príncipes. Cuando llegué de vuelta al periódico llevaba los folios ya escritos, y ahí están publicados, en le hemeroteca de EL DÍA.

Pues eso he querido hacer estos días con Almudena Grandes en Arona. Y eso hice: recogí todo lo que fue diciéndole a los estudiantes, a los periodistas, al público; anoté su pasión, sus emociones, su relación directa con la lectura y con la escritura; admiré su modo de resumir su historia de lectora y su capacidad para reproducir anécdotas y categorías. Y todo ello lo he ido guardando esta vez en cuadernos largos, en hojas volanderas, en programas de mano, para dejar constancia de una vitalidad de persona asombrada, la mujer que es Almudena Grandes.

Su viaje al sur ha sido, para mi, la confirmación de que ella no es ni princesa ni reina, ni siquiera presidenta de una república, pero sí es alguien que en un una maratón literaria o de simpatía arrasaría con todos sus competidores en esta rara carrera de escribir y contar libros.

Y además es el del Atlético de Madrid, que es el equipo del pueblo de Madrid. Brindemos por ello y por la salud de sus pulmones de escritora, mejorados ahora muy bravamente porque ya solo fuma esos cigarrillos que echan humo pero no contienen nicotina. Sus pulmones despiden ahora tan solo palabras, libros, entusiasmo.