Salió el rey, vestido de paisano -suspiro de alivio- y la gran crítica de los meapilas celtibéricos es que el hombre se olvidó de llamar al diálogo. Porque eso de "el diálogo" se ha convertido en el bálsamo de fierabrás para solucionar con rollito la crisis de Estado y el conato de secesión de los independentistas catalanes. No se puede ser más idiota ni ensayando.

El discurso del jefe del Estado fue una visita predecible de lugares comunes. No cabía esperar más. Pero llamó por su nombre el problema catalán, calificándolo de deslealtad institucional; dijo que las autoridades catalanas se habían puesto "fuera del derecho", es decir de la ley, y garantizó que el Estado actuará con toda contundencia para sostener el orden constitucional y la integridad territorial de España. La próxima saldrá con el uniforme de capitán general de todos los ejércitos y apaga la luz y vámonos.

La cuestión de Cataluña, tediosamente eterna en la historia de este país, es vidriosa y tendrá una solución traumática. La última vez fue una escalera que nos llevó derechos a un golpe de Estado, una guerra civil y una dictadura militar. Pero además del problema de los independentistas y una juventud subyugada por el sueño de la libertad, tenemos más papas bichadas. Produce bochorno contemplar el comportamiento del PSOE, que en medio del naufragio está actuando con la lógica de un oportunismo electoral que ahora mismo es de una necedad estremecedora.

Los socialistas están en la mejor situación para volver a ocupar el espacio de la socialdemocracia y recibir el voto de una ciudadanía espantada por el extremismo de Podemos. Pero en vez de situarse en el sentido de Estado, se han abonado a una imposible equidistancia entre los independentistas y el Gobierno. Ahora mismo no es el momento de reprobar ministras. No es la hora de hacer caldo gordo con los errores de una derecha española que desgobierna desde los complejos y los errores de juicio. Hay que cerrar filas en torno a la Constitución, aunque sólo sea para reformarla a fondo una vez superada esta profunda crisis que nos tiene a todos con el alma en vilo.

Está pasando -y va a pasar- lo que muchos dijimos. Después del primero de octubre la maquinaria judicial ha puesto en marcha sus lentos y demoledores mecanismos. La imputación de Trapero, el mando de los Mossos, es la primera de las muchas actuaciones de los tribunales que van a terminar en severas condenas por desobediencia. Los mártires alimentarán una sublevación callejera que ya está fuera del control de los mismos que la pusieron en marcha.

Encender el monte es fácil, pero apagar el fuego no. Sofocar la rebelión del independentismo no es cosa de los tribunales. La Justicia va a descabezar a la dirigencia desleal. Para lo otro hace falta la combinación del tiempo, la firmeza y la restauración paulatina del orden. Y hacen falta unas nuevas elecciones para, entre otras cosas, que se vayan los incompetentes que nos han traído hasta aquí.