En todo lo que leo sobre la figura y la persona de Juan José Delgado, el escritor que nos acaba de dejar, observo algo insólito entre nosotros, no sólo cuando se habla de los escritores en vida, sino de los escritores a la hora de su muerte. Eso algo insólito es la unanimidad sobre su dedicación a los otros: a los alumnos, a los nuevos, a los viejos, a sus compañeros, a aquellos con los que pudiera haber competido, a aquellos con los que estuviera en desacuerdo, a aquellos que no le gustaban, a aquellos a los que él no gustaba.

Eso es insólito. Sabas Martín dice, con razón, que es de esos escritores que ya no hay. Y es así: no sólo por su escritura, sino por esa disponibilidad que él exhibía ante todos los retos, informativos, culturales, que se le presentaron no sólo como escritor, sino como gestor cultural, como creador y como crítico. Con mucha razón, Sabas, que es su amigo y es uno de sus mejores amigos, lo sitúa en un trío del que también forman parte Domingo Pérez Minik y Jorge Rodríguez Padrón. Don Domingo era el aglutinante, por escrito y en persona, de varias generaciones, a las que les dio todo lo que tuvo, lo que sabía, lo que intuía y lo que le divertía; Jorge Rodríguez Padrón ha dedicado grandes tiempos de su vida a escribir de los otros, a poner en común lo que de bueno y de malo tiene la literatura que hacemos, y nunca ha hecho distingos; ha mantenido, ante la incomprensión de muchos, su manera de ver la evolución de nuestra literatura, y nunca ha perdido el sentido de la justicia (poética) ni el sentido del humor.

Don Domingo y Jorge han sido personajes insólitos, ejemplares, entre nosotros, y por suerte Jorge permanece en el edificio de ese ejemplo. Y Juan José Delgado es de ese equipo de personas que no nacieron para mirar de reojo, ni para silenciar lo que ve. Así que como periodista, un rasgo que tiene que ver también con esa personalidad dedicada a lo ajeno, y como crítico practicó la justicia (poética) y como profesor fue minucioso y serio, profundo y delicado; para enseñar hay que saber, y sobre todo hay que saber aprendido. Juan José era de esos tipos a los que se les pregunta por Baudelaire (me decía ayer en Madrid Rafael José Díaz, profesor, escritor, poeta, hablando del recientemente fallecido) y puede estar tres días examinando un poema. Y Juan José Delgado era de esos escritores a los que no les tienes que explicar quién va para ir o para no ir a una celebración, a una presentación, a un almuerzo.

Ese carácter insólito de Juan José Delgado, su generosidad para convivir en nuestro delicado mundo de relaciones, es estímulo para proponer, de cara al futuro, una nueva época de afectos contra los desafectos. Él estaba equipado para ser símbolo de esa generosidad que es preciso para que se produzcan entre nosotros proyectos entre los que aún tienen energía para hacer de Canarias una plataforma creativa, de discusión y de acuerdo, que no se rinda ante las banderías y ante el disgusto evidente que se muestran unos y otros.

Lo que he leído que dicen sus colegas sobre Juan José Delgado estimula a lamentar una vez más que no haya tantos como esos tres personajes que cita Sabas Martín: Jorge Rodríguez Padrón, Domingo Pérez Minik, Juan José Delgado. El impulso que necesita la literatura (y la vida) que se hace en Canarias necesita más gente así, en las escuelas, en los institutos, en las universidades, en los centros culturales, en los debates? Si entre nosotros no nos queremos nada, ¿cómo vamos a querer que nos quieran?

Juan José Delgado es, en efecto, una excepción. Que su ejemplo sea seguido por otros no convertirá en inútil su hermoso ejemplo de compañía.