Esta semana me encontré con una persona a la que confundí con un conocido. Tenían parecido físico y casualmente el señor me aclaró que no era el único que se había equivocado. Se llama Andrés Delgado y me contó que trabajó muchos años con los Fuentes en Publicidad Atlantis, por lo que me vinieron a la memoria una enorme cantidad de vivencias y recuerdos imborrables de una época de mi juventud.

En la calle José Murphy esquina Castillo está el edificio del mismo nombre, que fue remodelado hace pocos años y ha quedado muy bonito. Del anterior, fue administrador mi jefe, Leocadio Ramos, y era propiedad de Miguel Montes Rodríguez, de Las Palmas, excelente persona con la que traté desde el 53 hasta el 64, años en que trabajé en la 2ª planta del inmueble. Fueron más de diez años de una fructífera etapa que me permitió conocer a personas íntegras y de categoría personal y profesional de Santa Cruz, algunos a los que me gustaría nombrar.

Conocí a don Juan Fuentes Beltrán, delegado regional de la Compañía Iberia y entre otros cargos también cónsul de Mónaco, cuya oficina estaba en la primera planta. Era un hombre algo seco, según algunos, pero para mí resultó ser un profesional ameno y agradable de trato, que me había cogido gran aprecio personal. Entre otras vivencias, recuerdo la llegada a puerto del yate particular del magnate griego Aristóteles Onassis, que en viaje de recreo traía a bordo a un muy joven príncipe Raniero. En la oficina les preparó un refrigerio y los recibió charlando amigablemente con ellos, y tuve oportunidad de dar la mano a ambos visitantes. El príncipe me pareció un hombre sencillo y abierto y todos sabemos que la familia Ranieri ha pasado por toda clase de desventuras y tragedias a lo largo de su historia. Don Juan era asiduo a nuestra oficina, y era de esas personas con buen talante que uno no podrá olvidar. Falleció en Caracas (Venezuela) víctima de un infarto, cuando estaba en un hotel junto a su esposa.

Por aquella época estaban también en el edificio el Montepío y la Mutualidad Laboral, que primero tenían sede en la primera planta y más tarde se trasladaron a pie de calle cuando reubicaron el Banco de Vizcaya en la plaza de La Candelaria. Su delegado era don Javier Casais Santaló, otro personaje del que guardo gratos recuerdos. Años después la mutualidad le compró el edificio a don Miguel Montes, pero un desaprensivo quitó columnas de algunas de las viviendas, dicen que para colocar mejor las estanterías, y esa fue la causa principal de haber tenido que reconstruir por completo el inmueble, manteniendo la fachada. Espero que sea cuestión de tiempo que vuelvan a ocuparse las oficinas y convertirlo en centro activo de la ciudad.

Otras personas inolvidables de aquella época fueron don Beneharo Rufino y don Manuel Talavera, del Canal la Unión. También don Pedro Sevilla García, abogado con el que compartimos despachos y muchas anécdotas. Les cuento una historia real que sucedió. Apareció por el despacho de Pedro una señora con su hija para dar solución al problema que las aquejaba. La niña, menor de edad, tenía un novio, y su madre decía que la había violado, por lo que necesitaba que buscara al chico para obligarlo a casarse. Hasta ahí todo normal para la época, pero la realidad fue bien distinta. La señora contó que habían pasado unos días de acampada en la playa de Bocacangrejo. Durmieron en un colchón los tres con ella en el centro y en mitad de la noche notó un cuerpo encima de ella. Era el chico. Le preguntó que dónde iba, y él contestó que volvía. Total, que por lo visto la señora lo que quería es que "los manises" fueran para ella, pero el chico prefería a su hija. El abogado los convocó a todos para un careo, pero acabó armándose la marimorena. Ella trajo un cuchillo de grandes dimensiones y tuvimos que esconder al chico, y guardar el arma, pero al final intervino la policía. La chica se marchó y cuando pasó la escandalera dejamos libre al muchacho. No hubo pleito y nunca supimos cómo finalizó tremendo drama ni cómo acabó la peculiar dama. Otro día más.

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