Casi todos los veranos estalla un incendio y toda su parafernalia. A veces se queman los montes y en otras ocasiones arden las barbas de cualquier prójimo al que le coja por delante el desierto de agosto. Los medios de comunicación se abalanzan como tiburones voraces en cuanto se huele la sangre en el agua de una noticia, y si a uno le cogen en el agua lejos de un salvavidas, igual le afeitan el bigote de una dentellada. Son las famosas "serpientes" de verano. Unas reales y otras pura ficción.

Este verano ha sido la bomba. Hemos pasado del chapapote a la mierda, pero siempre en el mar, que es el tema de fondo de cualquier agosto que se precie. La imagen de toneladas de piche llegando a nuestras playas fue un cuadro dantesco, pero sólo en el terreno de la hipótesis. La guerra contra las prospecciones petrolíferas se desarrolló en el terreno de las amenazas imaginarias a nuestras costas, de donde huirían despavoridos millones de turistas espantados por una imaginaria marea negra. Este verano, en cambio, no hemos tenido que recurrir a la hipótesis catastrófica, sino a la pura realidad cochina: una espesa nata de microalgas que unos biólogos israelíes vinculan con los vertidos de aguas residuales que estamos lanzando al mar.

Como diría Jack el Destripador, vayamos por partes. Hace ya muchísimos años -los vejetes que hoy peinamos canas lo sabemos- nos solíamos bañar entre grandes masas de algas pardas, con aspecto de alambrada de campo de concentración, que se nos enredaban en las patas de forma bastante molesta. En aquella época ya se vertía bastante mierda al agua. Durante décadas hemos estado lanzando a nuestras costas los residuos de nuestros intestinos, para alegría alimentaria de miles de pescados que luego terminan en los platos de nuestros restaurantes costeros de pescado fresco. Ya lo dijo Hamlet: "Tal vez un hombre puede pescar con el gusano que ha comido a un Rey y comerse después el pez que se alimentó de aquel gusano". O dicho de otra manera, usted igual se ha comido una vieja que en algún momento pudo haber comido algo suyo. El maravilloso círculo de la vida.

Durante todos estos años no hemos tenido manchas de cianobacterias jodiéndonos la vida y el baño. Eso parece indicar que las aguas residuales no son el factor desencadenante del fenómeno, porque si lo fueran, en estas islas, a estas alturas, el mar estaría tapado por una espesa manta de orondas microalgas alimentadas con el nitrógeno que al parecer tiene nuestra caca.

La evolución climática que está viviendo nuestro planeta, el calentamiento de las aguas del océano y los cambios en el comportamiento de algunas pautas naturales tal vez sean razones de mayor peso para justificar esta indeseable visita. Pero en todo caso, serán los científicos los que tengan que decirlo. Y no dos expertos israelitas, sino la comunidad científica canaria, que tiene una notable reputación internacional y una experiencia importante en el estudio de nuestros mares y su fauna. Y mayor prestigio que el guasap, sin duda alguna.

La segunda serpiente del verano ha sido la noticia del carguero británico "Chesire", incendiado en aguas cercanas a Canarias cuando transportaba toneladas de fertilizante. Se han tirado piedras sobre la inacción del Gobierno de Canarias en el tema; como si las Islas fueran un país soberano y el ministro de Marina hubiera tenido que irse nadando a apagar el fuego con el eficaz procedimiento de mear encima del barco (ya que lo nuestro son las aguas residuales). La realidad es que la Administración central se hizo cargo del incidente, del que informó bastante tarde y bastante mal a las autoridades canarias. Tanto que hasta Clavijo dio el barco por hundido, hablando por la envenenada boca del ganso de Madrid. Y es un hecho que mientras el barco siga fuera de las aguas canarias, aquí no podremos hacer otra cosa que mirarlo con el rabillo del ojo y esperar a que cuando lo lleven a un puerto cercano -o sea, uno nuestro- se tengan todas las garantías de que el buque no va a liar la de dios es cristo. Si miles de toneladas de fertilizante se van al mar, probablemente causemos bastante más daño que con las jodidas microalgas.

Ha sido tanto el ajetreo que otras dos noticias de agosto, que en otro mes hubieran concitado titulares abundantes, han pasado casi de tapadillo. La visita de un tiburón peligroso a las costas de Radazul y un artículo de Paulino Rivero exponiendo que el Gobierno en minoría de su partido tiene menos fuerza que la ventosidad de una pulga. El calentamiento global afecta al comportamiento de las especies marinas, pero parece que también exaspera a los animales políticos. "Homo homini lupu". Pero con calor, más. Los líderes canarios están anormalmente alterados y proclives a la violencia verbal. Eso anticipa un otoño hirviente. A la que caiga una gota de sangre en el agua empezarán las dentelladas. Hablo, por supuesto, del primer tiburón.