Contemplábamos la serenidad del mar entre los roques de Salmor y Arenas Blancas; intuíamos la playa del Verodal, el último resplandor del faro de Orchilla y hasta el mirador de Bascos, exaltado por la leyenda de viejos amores cuando, con su libro bajo el brazo, Carlos Quintero llega para dedicármelo, y como el mejor regalo del verano.

Con la juventud de sus 90 años cargados de emociones y de conocimientos sobre El Hierro, mantiene viva la ilusión por la isla. Sigue curioseando en sus recuerdos, que muchos son los míos, en anécdotas de su acontecer vital y en unas reflexiones que desde su madurez ha plasmado en este libro, que deseo que no sea el último para que continúe no solo ofreciéndonos retazos de sus pasadas vivencias, sino que ahonde en la historia de una isla que sabe de sí misma por los que como Carlos (que ocupa un lugar altamente destacado) se han preocupado por desentrañar lo que el tiempo ha situado en el escenario del olvido.

Nos remueve la memoria con personajes como el de Pancho "Pardelo", con el que soñábamos de niños y con temor, ya que nos decían que, si no nos portábamos bien, venía y nos metía en su saco. Como la "perreta", que los 24 de agosto andaba suelta, por lo que no deberíamos de bañarnos en el mar.

Y un sinfín de acontecimientos sobre las Bajadas, que cuando hace alusión a las suyas nos retrotrae a las nuestras haciendo que cerremos los ojos para pensar y recordar un sentimiento común.

O la "mudada", la que ansiábamos con desespero, pues había tres fechas en el almanaque que eran entusiasmadoras y que deseábamos que llegaran lo antes posible, pero tardaban y tardaban , como el día de Reyes, la muerte del cochino y las mudadas, en su caso a La Caleta, en el mío al Tamaduste. Relata hasta el olor que desprendían los carburos y los sarmientos con los que las cocinas preparaban las comidas al amparo de su fuego.

El libro de Carlos es un agradecimiento para el ánimo, para arrancarnos viejas memorias y para disponernos a seguir recreándonos en una isla que no acabamos de hacer si no rompemos la ignorancia que muchas veces se cierne sobre ella, pero que continúa ahí, inesperada y potente.

Hablamos por teléfono para encontrarnos y no fue posible; nuestros caminos no se ponían de acuerdo, pero con el escenario amplio de El Golfo y el más cercano de Sabinosa; el abrazo fue emotivo y lo más reconfortante de los días en la isla.

Recuerdos, anécdotas, pequeños relatos y alguna que otra reflexión componen su libro, y lo más que deseamos es tener el próximo en nuestras manos para que el conocimiento sobre El Hierro se agrande aún mas.