Todo lo que nuestro cuerpo hace normalmente es maravilloso y extraordinario, aunque pocas veces se nos ocurre pensar en ello de esta manera.

Jon Kabat-Zin

El asombro es el sentimiento que obtenemos en la presencia de algo tan grande o diferente que desafía nuestro entendimiento del mundo que nos rodea. Nos ocurre cuando miramos al cielo y vemos miles de estrellas en una noche clara. O cuando nos maravillamos al ver a un recién nacido. Es una sensación diferente cada vez, pero que tiene al asombro como denominador común.

Cuando las personas nos sentimos de esta forma, definimos la experiencia de muchas formas: espectacular, impresionante, especial, irrepetible... son algunos de los adjetivos que asociamos al asombro, junto con otros que se asocian más con lo que sentimos (sorpresa, trascendencia o conexión), pueden ser algunos de los sentimientos que nos provoquen estas experiencias.

Las fuentes más comunes de asombro son otras personas o la naturaleza, pero este también puede ser producido por otras muchas experiencias como la música, el arte o la arquitectura, lo religioso o sobrenatural o, incluso, nuestros propios logros.

Habitualmente pensamos en el asombro como respuesta a eventos intensos, tales como un amanecer en la playa de nuestros sueños, o ver cómo Mireia Belmonte logra una medalla de oro al límite de sus fuerzas. Pero también lo podemos encontrar en el día a día -viendo cómo las hojas de los árboles alfombran el suelo en otoño, o cómo un extraño se interesa por alguien sin hogar-.

Los científicos creen que el asombro puede haber ayudado a nuestros antepasados a sobrevivir en entornos inciertos o desconocidos que podían demandar la cooperación grupal. Hoy en día, la psicología ha descubierto los beneficios que supone esta experiencia para pensar claramente una buena salud mental y para la conexión personal.

Aunque la visión moderna del asombro en nuestra sociedad occidental es abrumadoramente positiva, nos encontramos frente a una emoción realmente compleja. Puede ser intensamente placentera o estar impregnada por el temor, dependiendo del contexto y la situación. Podemos sentirlo por la capacidad de la naturaleza para destruir (un terremoto, por ejemplo) o ante un líder carismático y coercitivo como algunos de los que tenemos más cerca. Nos puede sobrevenir el asombro por la capacidad del ser humano para hacerse daño. O hacérselo a los demás. O de permanecer impasibles cuando vemos que alguien está haciéndoselo a otras personas, incluso próximas a nosotros.

Este asombro provocado por circunstancias terribles está teñido por el miedo o las amenazas. Y, por supuesto, no produce los beneficios de las experiencias sorprendentes y maravillosas que nos hacen sentir conectados con el mundo y con quienes lo habitan. Pero resultan necesarios. De hecho, cuando perdemos esta capacidad de asombro -o indignación en estos casos-, podemos estar comenzando un peligroso camino de anestesia emocional.

La capacidad de asombro es una parte esencial del crecimiento humano. Por supuesto que siempre es deseable que este llegue por razones positivas. Para conseguirlo, debemos dejar atrás muchos de nuestros prejuicios y rutinas y aventurarnos más allá de los límites que muchas veces nos autoimponemos. Difícil va a ser que nos sorprendamos si estamos siempre haciendo lo mismo.

El cultivo de lo imprevisible es el camino que nos puede llevar con más certeza al asombro. ¿A qué esperamos?

@LeocadioMartin