Unos lo vieron como una exhibición del poderío de Estados Unidos, que, a través de la Nasa, globalizó un proyecto que, tras un año de preparativos, implicó a diecinueve países y movilizó a cuatro satélites de comunicaciones (con nombres de aves) y diez mil técnicos repartidos por los escenarios naturales, estudios y sets exteriores, y las estaciones emisoras y repetidoras de la señal televisiva.

Ocurrió el 25 de junio de 1967 y un amigo mitómano me lo recuerda en un email entrañable.

Se bautizó como Our World y se presentó como un gesto de distensión del bloque de Occidente en una década marcada por los peores episodios de la Guerra Fría y la crisis de Oriente Medio; unos días antes del evento y por la Guerra de los Seis Días, la Unión Soviética y sus satélites renunciaron a participar.

Otros lo tomaron y trataron como un pastel angloamericano, con astuto gancho en el veto a la participación de mandatarios y políticos de cualquier signo. Nosotros, una peña de bachiller que, por un concurso de teatro, disfrutaba de todo Madrid pese a los calores manchegos, lo recibimos como la insólita oportunidad de ver en una misma velada a Los Beatles y María Callas, por ejemplo, de sumarnos a cuatrocientos millones de espectadores que siguieron la primera transmisión mundial vía satélite.

Controlado por la cabecera londinense de la BBC, seguimos el programa desde una cafetería del Barrio de Salamanca en una mesa ocupada a la carrera y frente a sus camareros, que nos instaban sin recato al consumo y chocaban con nuestra obligada sobriedad, que apenas sí dio para cafés y gaseosas. Mientras los espacios documentales y las entrevistas resultaron inaudibles por los rumores e insultos -a Picasso, satanizado por la prensa azul y paradójico representante de España, le llovieron denuestos e invectivas de todo tono-, las imágenes en directo de los nacimientos en Japón, Dinamarca, Canadá y México llegaron en un respetuoso silencio.

Aplaudido de modo imperioso por los clientes jóvenes, el momento del cuarteto de Liverpool -estrenaron "All you need is love" con el apoyo de una orquesta sinfónica- fue el punto de inflexión de una noche inolvidable que convirtió al convulso mundo en un pañuelo, y la luz de una década prodigiosa en la que la libertad y la inteligencia, contra los vientos totalitarios, se abrieron paso.