"Españolito que vienes al mundo te guarde dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón"

Decía Machado que una España se muere mientras la otra bosteza. Es el mito de las dos naciones sobre el que se han escrito ríos de tinta. El de la España invertebrada de Ortega. Y es verdad que existe una tendencia el electorado español hacia la polarización. Como si se escindiera en dos bloques, en dos creencias que en determinados momentos de su historia han llegado al fanatismo y la confrontación.

Actuando de cara a su parroquia, después de su comparecencia como testigo en el caso que afecta a la financiación del Partido Popular, Mariano Rajoy no sólo no ha salido debilitado, sino que ha convertido su declaración en un triunfo ante una buena parte del electorado dispuesta a elegir un tipo serio y sensato frente a la amalgama de confusión y crispación que percibe al otro lado de las ofertas políticas.

Rajoy acudió a la Audiencia Nacional como testigo, pero nervioso. Se la jugaba en el momento más difícil de su mandato. Pero salió milagrosamente indemne con una mezcla de sorna y contundencia. Los abogados que le interrogaron naufragaron tan estrepitosamente en sus intenciones que la oposición en peso tuvo que renunciar a entrar en el contenido de sus palabras para quedarse en la crítica del acto mismo: el bochorno de que el presidente del Gobierno tuviera que declarar ante un tribunal de justicia. Eso ya era viejo. Ya se había calificado y opinado. Pero hubo tan poco que al final tuvieron que acudir a la segunda mano y al reciclaje. Más de lo mismo.

Hasta la fecha los españoles han sido capaces de situar la corrupción entre sus motivos de preocupación (más del 37% lo señala en el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas) y al mismo tiempo votar mayoritariamente al partido político que más escándalos ha sufrido. Porque en realidad la gente vota a la imagen de los líderes y Mariano Rajoy ha sabido caminar indemne sobre ese cenagal sin que le salpicara ni una mancha. Transmitiendo aparente serenidad, una calma marciana y un humor gallego, el presidente ha vuelto a sugerir a sus electores que él es la persona sensata, responsable y seria que España necesita. ¿Y al otro lado? Quieren que se vea un gallinero airado; líderes que escupen veneno, jovenzuelos que están todo el día liándola, políticos de corto recorrido que serían capaces de cargarse España en dos telediarios si alguna vez la tienen a su cargo. Esto es lo que hay moviéndose por las meninges de ese electorado que inclina la balanza. Ese electorado que no es conservador ni progresista, que no es de derechas ni de izquierdas, sino que elige en función de un sentido práctico de lo que cree que es mejor para su futuro y su bolsillo.

La alianza entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, la pinza de la izquierda que reclamaba esta semana la dimisión "por dignidad" de Rajoy, no tiene la fuerza necesaria para exigirla. Y lo que es peor, tendrá que afrontar las consecuencias caóticas del primero de octubre en el que Cataluña se juega su independencia del Estado español. Los líderes del PSOE padecen un gravísimo desencuentro en cuanto a su idea de España; un debate cuyas aristas asoman constantemente en los enfrentamientos de Pedro Sánchez con sus líderes territoriales. Y Pablo Iglesias intenta mantener la frágil alianza que posee con los independentistas, moviéndose en un terreno de "sí pero no" que en breve plazo terminará volando por los aires.

Cataluña es una bomba lapa situada en los bajos de todos los partidos políticos españoles. Una bomba que está a punto de detonarse. O estamos en un Estado donde se practica la solidaridad entre los territorios ricos y los pobres o estamos en una agrupación de naciones soberanas dueñas de sus propios recursos económicos y fiscales. Todo lo demás es literatura. Cataluña no eligió el camino del País Vasco, que sin ser estado es independiente en su fiscalidad y su economía. No apostó por el disfraz de un pacto fiscal, sino por la cruda realidad de la ruptura con el Estado español. Y esa cita con la voladura política no sólo afecta al Gobierno del PP, sino que los cascotes pueden causar víctimas colaterales en la oposición, desgarrando a los socialistas en cantones y exigiendo una definición que Podemos rehuye con todas sus fuerzas.

Mariano Rajoy donde realmente se la juega no es el banquillo de los testigos de la Gürtel, sino frente a los independentistas catalanes. Ahí se la juega todo el mundo. Si el Gobierno del PP es capaz de salir victorioso del reto catalán tendrá el viento de cola de una gran parte del electorado y la izquierda se ahogará en sus acusaciones de corrupción convertidas en un murmullo. Lo malo es que si Rajoy fracasa tal vez estemos en el escenario de una voladura que no sólo se llevará por delante los bajos fondos del PP, sino los de todos los españoles tal y como se reconocen hoy.