Aunque tal vez resulte un contrasentido, justo hoy el mundo mundial rememora el rock, aquel endemoniado baile de nuestra añorada juventud, que hizo las delicias de otra generación de jóvenes que ahora hemos pasado a ostentar el papel de abuelos a tiempo parcial o completo, dependiendo del grado de ocupación laboral de nuestros hijos y nueras. Así que este jueves, 13 de julio, conmemoramos el concierto multitudinario que se celebró en 1985 de forma simultánea en Londres, Filadelfia, Sidney y Moscú, protagonizado por las bandas más punteras del momento: Led Zeppelin, The Who, Black Sabbath, Queen, Sting, Judas Priest, Duran Duran, U2, Scorpions, Paul McCartney, Eric Clapton y Phil Collins, con carácter benéfico a favor de la crisis humanitaria que vivía Etiopía por entonces.

Para nosotros, que comenzábamos a sacar el cuello para otear la superficie a nuestro alrededor, a modo de periscopio de un sumergible, la vida discurría con otras inquietudes menos agresivas y más participativas. Eran tiempos de guateque casero con tocadiscos portátil y bebidas espirituosas mezcladas sin medida con latitas de cóctel de frutas, con la insana intención de ablandar a las chicas en edad de merecer. Chicas adoctrinadas por sus santas madres para imponer el bloqueo del brazo y mantener a raya al oponente masculino, experto en teoría pero nulo en práctica, durante la ejecución de los ritmos más punteros de la época. Una década adoctrinada con el anglicismo de Elvis y otros tantos intraducibles para nosotros, salvo para la media docena de atrevidos que se fue antes del "brexit" fregar platos a la pérfida Albión para chapurrear luego el idioma de Shakespeare; por ello nos sentimos a salvo cuando aquel grupo de universitarios cubanos llamados los Llopis irrumpieron en nuestra vida con sus canciones traducidas al español de los rocks más demandados. Así surgió "La Puerta Verde", "Hasta luego cocodrilo", "Estremécete" o el popular "Rock de la cárcel"; este último a tono con el Tenerife Uno, en el ala de las viviendas de los funcionarios de prisiones. Edificio multiusos que lo mismo servía para enchironar a un recluso, como para celebrar los citados guateques y hasta toda una boda, de la que fui invitado, en la azotea del mismo.

Por entonces, el complejo penitenciario estaba casi aislado, pues a su frente sólo existían solares sin construir y más al fondo el Vivero Municipal, justo en lo que es hoy el parque de La Granja, en cuyo foso del estanque, previsto para riego de los esquejes, estuvieron encerrados media docena de jabalíes capturados en el monte de las Mercedes, propiedad de un extranjero que se trajo una pareja que luego procreó, y finalmente soltó en la densa vegetación de la laurisilva. Esta especie, introducida sin permiso en nuestro monte, joya emblemática del Terciario, constituía un peligro imprevisto que debía ser atajado de inmediato; como finalmente se hizo después de unas laboriosas jornadas de capturas. Justo por la misma época, el Icona instaló unos corrales provisionales en el Llano de los Viejos, con la pretensión de aclimatar un rebaño de gamos para soltarlo posteriormente. De haberlo logrado, muy probablemente estaríamos lamentándolo como ocurre con la complicada erradicación de la colonia de muflones, instalados en las laderas sur del Parque Nacional de Las Cañadas. Una decisión errática de algún cerebro político de entonces, contagiado por el síndrome de la escopeta nacional, que quería convertir la Isla en un coto de caza mayor para privilegiados. Otro disparate mayúsculo similar ha sido la suelta de arruís en la Caldera de Taburiente; especie considerada también nociva para la vegetación local.

Son muchos los errores cometidos en nuestro archipiélago, perpetrados, como ya he dicho, por cargos orgánicos procedentes del territorio peninsular, que han querido transformar nuestra orografía a golpe de imposición dictatorial para asemejarla a la piel de toro, sin contar con nuestras singularidades climáticas y la insularidad de nuestro territorio. Pero sería injusto si no mencionara las irregularidades cometidas por nuestros representantes y empresarios locales, permitiendo la introducción de especies vegetales exóticas de crecimiento rápido, para ornamentar las urbanizaciones turísticas y los complejos hoteleros, y asignándoselas al vivero particular del listo de turno afín a la sigla predominante. Así que la amenaza no sólo viene de 650 millas aguas arriba, aunque haya alguien que opine que la carga de visitantes puede tolerar cifras superiores a los 20 millones, porque muchas lacras que ahora padecemos -rabo de gato- han estado orquestadas por músicos de nuestra propia cosecha. Empecé hablando de música rockera y he concluido con los hervíboros que ahora afectan a nuestro frágil ecosistema, con una agricultura en clara recesión que, por nuestro bien, deberemos conservar a toda costa.

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