En estos días de julio se conmemoran veinte años de dos sucesos trágicos que cambiaron el rumbo de los acontecimientos políticos que por aquellas fechas vivió la sociedad española, inmersa como estaba en un infortunio desesperanzador, acorralada prácticamente por el miedo que el terrorismo de ETA infundía en el devenir diario de cada español, ya que nadie, por el mero hecho de serlo, estaba a salvo de ser extorsionado, secuestrado y/o muerto de un tiro en la nuca o en una inopinada explosión a cargo de los valerosos "gudaris vascos" que, escondidos tras unos pasamontañas ennegrecidos como sus conciencias, pretendían "liberar" su territorio vasco del "yugo" y de la "tiranía" del pueblo español.

Aquellos dos héroes -como el resto de las 829 víctimas inocentes que fueron asesinadas por la banda terrorista ETA, de los que más de trescientos casos siguen hoy día sin resolverse-, fueron José Antonio Ortega Lara, que estuvo "muerto en vida" 532 días en un boquete infesto y siniestro de 3 metros de largo por 2,5 de ancho y 1,8 de altura, en la localidad de Mondragón y que, gracias a la Guardia Civil, no murió de pena de abandono y de hambre. Y Miguel Ángel Blanco, un concejal del PP de Ermua que, unos días más tarde, y tras la euforia de prácticamente toda España por la liberación de Ortega Lara, vino el temor, el miedo y la certidumbre de que ETA, tras su merecido fracaso, se vengaría, como así fue, secuestrando y matando casi de inmediato al joven Miguel Ángel, al cual, tirotearon "valientemente" en un descampado.

En ambos casos, por si alguien lo ha olvidado, la banda terrorista ETA exigía al Gobierno español, cuyo presidente era entonces José María Aznar, el acercamiento de los presos vascos -por supuesto se referían a los terroristas, no a los presos comunes-, a las cárceles vascas. Lo mismo que aún siguen exigiendo, veinte años después, y a lo que el Gobierno actual sigue oponiéndose, mientras la banda terrorista no se disuelva total y realmente, entregue todas sus armas y no pida perdón a las víctimas, a sus familias y a al conjunto de los españoles.

La diferencia entre este espacio de tiempo de veinte años es que el asesinato de Miguel Ángel Blanco se convirtió en un detonante revulsivo que sirvió para movilizar a una atemorizada y silente sociedad civil -esa misma que ahora vuelve a permanecer como taciturna y noqueada-, que salió, literalmente y sin excepción, a la calle, ocupando el espacio público de pueblos y ciudades de toda España, al grito de "todos somos Miguel Ángel Blanco". Aquel sentimiento social de rechazo e indignación se transformó en una "rebelión cívica" en contra de ETA y se denominó "El espíritu de Ermua"; que sirvió, al menos durante un tiempo, para aunar voluntades y esfuerzos por la necesidad vital que tiene todo pueblo de convivir en paz y en libertad.

Tal fue el rechazo social contra aquellos asesinos y sus cómplices políticos -ya conocen ustedes aquel dicho de Arzalluz de que mientras unos mueven el árbol otros recogen las nueces-, que el partido nacionalista vasco temió quedarse de pronto sin nueces que repartir. Y, de hecho, aquel asesinato fue el detonante para que la banda terrorista recondujera su activismo asesino hacia otros derroteros más puramente políticos para conquistar el poder a través de las urnas y no sólo con las armas. De hecho, en estos momentos, Herri Batasuna (HB) que se autodenomina como la "izquierda patriota", y sus diversas extensiones y ramas, están presentes en la mayoría de los consistorios municipales, cámaras regionales e incluso en el Parlamento europeo.

Ahora, incompresiblemente, existe una parte de la sociedad española compuesta por la izquierda más populista, junto a los nacionalistas y socialistas más radicales que se empeñan, miserablemente, no sólo en impedir que homenajeemos a dichos héroes, sino que pretenden negarnos a los demás españoles la posibilidad de recuperar la esperanza a base de dificultarnos la eventualidad de ejercer nuestro derecho al recuerdo.

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