Este año, el Orgullo en Madrid se abre al mundo entero para celebrar un World Pride 2017. Alzar la mirada y extenderla al mundo nos ayuda no solo a ser más humanas y realistas como activistas, sino a entender que nuestra lucha va más allá de nuestros ombligos.

En nuestra sociedad española actual existe una creencia generalizada de que ya ha sido alcanzada la igualdad entre hombres y mujeres y entre las distintas identidades afectivo-sexuales y de género. Ana de Miguel explica muy bien en su libro "Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección" cómo la mayor parte de la ciudadanía manifiesta, abiertamente, apoyar el valor de la igualdad, y se construyen así sociedades formalmente igualitarias en la que nos movemos por el principio de la "libre elección". Sin embargo, en cuanto profundizamos en los mecanismos estructurales e ideológicos que condicionan las elecciones o toma de decisiones personales, se hace evidente que se trata de un rearme ideológico y material del sistema patriarcal y de nuevas estrategias que inventa -o reinventa- en aras de reproducir y aceptar la desigualdad.

En pleno siglo XXI y con una ley de matrimonio igualitario en nuestro haber, la sociedad española sigue oponiendo resistencia ante quienes rompemos con la norma, lo que provoca que en el imaginario colectivo la heterosexualidad sea todavía hoy considerada como la opción dominante, la privilegiada y, por tanto, la más coherente y aceptable. No en vano, todo se presupone heterosexual a menos que se demuestre lo contrario. Esta presunción a diario en situaciones cotidianas (ya sea en el ámbito médico e institucional como social) de algo que tal vez no eres supone una carga dolorosa para el colectivo LGBT en general y, en particular, para los y las adolescentes LGBT. La represión de la expresión de la homosexualidad, el estigma socialmente construido hacia cualquier manifestación pública de la misma, su invisibilidad en el currículum formal y oculto dentro del sistema educativo y su ausencia en el imaginario colectivo conforman las cuatro patas de un armario social y cultural que ejerce opresión y dolor hacia las personas LGBT.

Aún existen en el mundo setenta y dos países en donde la homosexualidad sigue siendo delito y trece países en donde se le aplica la pena de muerte. Este año, el World Pride nos invita a tomar perspectiva y a entender que la lucha por los derechos fundamentales de las personas LGBTI es una lucha mundial. Centrar la mirada tan solo en nuestra situación y hacer oídos sordos a lo que ocurre allende los mares o en los continentes vecinos nos hace cómplices de muchas muertes e injusticias. Dice la filósofa Amelia Valcárcel que si, ante una injusticia no se muestra rebeldía, entonces hay resignación. Y la resignación genera muchos malestares y amargura. Cargar con amargura y malestares varios está muy lejos de lo que pudiéramos llamar "libertad".

Soy muy consciente de que nací enferma: homopositiva. A los 11 años desarrollé la enfermedad y estuve médicamente muy grave hasta los 15. El 17 de mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud nos dio el alta a las personas como yo mediante la supresión de la homosexualidad de entre su lista de enfermedades mentales. Tardé unos años en recuperarme, en aprender a aceptarme a mí misma y a reconocerme como una persona sana. La libertad la aprendí más tarde. Hoy no solo la siento, sino que, además, la practico. En este orgullo 2017 saldré a manifestarme por quienes aún no saben que son personas sanas y para quienes nunca conocerán la libertad de ser. ¡Nos vemos en las calles!

*Coeducadora y activista por los derechos del colectivo LGBTI