Que nuestra lengua tiene origen latino no es casualidad, porque los nombres de "Reticulitermes flavipes", "Rhynchophorus ferrugineus", "Aleurodicus dispersus R" y "Lecanoideus floccissimus M" no se pueden encuadrar como canarismos o de origen "amazig". Más bien nos suenan a expresiones derivadas de las declinaciones aprendidas a base de coscorrones y estancias posteriores en el aula de los castigados a la salida del colegio. Para aclarar algo, que ni yo mismo consigo lograr, les diré que estas denominaciones pertenecen, dicho sea en nuestro lenguaje, a la reciente plaga de termitas de Louisiana, asentada por ahora en Tacoronte, y las anteriores del picudo rojo, devorador de palmeras, siendo estos dos últimos nombres los pertenecientes a la familia de la mosca blanca. Eso sin contar con la polilla guatemalteca o las muchas otras plagas que afectan a nuestra papa canaria de origen andino, que haberlas haylas, como las brujas en vísperas de San Juan o durante todo el año y en todos los estamentos sociales.

Ignoro si la reciente plaga es adicta al roble de las barricas, porque de ser así van a dar cuenta de buena parte de la cosecha de vino tacorontero, que tiene denominación de origen. Y si trincan las maderas de La Alhóndiga, o la balconada del cercano Ayuntamiento, van a dejar a la ciudad de los caldos sin pósito municipal de grano para prestar o repartir como ayuda social.

Ante estos avatares uno se pregunta si el reciente viaje del presidente canario a USA no tendrá algo que ver con la búsqueda de un nuevo plaguicida radical; o simplemente que ha cargado con todo el contingente invasor y lo ha repatriado a su estado natal de Louisiana, en defensa de los intereses del Archipiélago, pues de nada ha valido la mala lírica de las seguidillas de alguien que dice descender del más popular creador de la copla canaria.

Ante estas circunstancias y sin quererlo, no dejamos de asociar estos pretendidos -y algunos logrados- asentamientos foráneos con la cruzada que Basilio Valladares, al frente del Instituto de Enfermedades Tropicales de nuestra Universidad, reciente Medalla de Oro, lleva a cabo junto con su laborioso equipo en una lucha desigual por combatir las permanentes invasiones e infecciones bacteriológicas que penetran en nuestro territorio, debido a la tolerancia, insuficiencia o mala praxis política.

Llegado al ecuador del comentario, sigo peguntándome si estos hechos son premonitorios del forzado diálogo que se adivina entre el representante del partido peninsular, con mayoría nacional, y el actual Gabinete canario. Deduzco, sin ir mucho más lejos, que Rosa Dávila, a la que conocí siendo una discreta adolescente, tendrá que defender sus opiniones ante el pronosticado ataque de este contingente de termitas, moscas blancas y hasta picudos rojos -si llegaran los últimos a fortalecerse políticamente- que convergerán sobre la economía y el montante de nuestros presupuestos, que son el motor del progreso -si está bien administrado- de nuestra comunidad, porque el dinero y el poder son sinónimos de que se emparejan a la mínima ocasión, ya que son formatos a imitar desde que el mundo es mundo. Y llevado al ejemplo de las plagas invasoras, podríamos decir que apetecer la madera de nuestras viviendas o las hojas de los frutales y plataneras de la mosca blanca, donde la ciencia dice que ambas subespecies son capaces hasta de convivir sin agredirse en la misma planta; siendo quizás esta última la única solución al mercadeo pactista que se avecina, cuyo resultado ignoramos aunque presupongamos que sólo dará para comprar más plaguicida en vez de erradicar toda la plaga. Si a alguien le ha dado por establecer similitudes poéticas métricamente incorrectas, este observador lo ha hecho con las diferentes plagas que azotan o han azotado Canarias. ¿Dará resultado el consenso o volveremos al flis y al zeta-zeta?

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